Un(a) niño(a) de tercera cultura (TCK / 3CK) o niño(a) trans-cultural es "una persona que, como menor de edad, pasó un período extenso viviendo entre una o mas culturas distintas a las suyas, así incorporando elementos de aquellas a su propia cultura de nacimiento, formando una tercera cultura."

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domingo, 19 de junio de 2011

Canadá - Dulce Hogar Ontario

Llegó el doloroso día de nuestra salida de Santiago. Nuestros efectos personales ya lucían una vestimenta en forma de cajas de cartón y se dirigían a Ottawa para reunirse con nosotros en un futuro cercano. El salir de Chile significaba dejar atrás mis amigos, mi colegio y todos aquellos elementos de una vida normal. Las circunstancias me estaban separando de una ciudad con la que me había profundamente encariñado. Mientras esperaba en la sala de abordaje junto con mi familia, miraba mis alrededores, la gente, el paisaje, intentando memorizar todo fotográficamente pues eran mis últimos momentos en mi país adoptivo. En ningún momento acaparó mis pensamientos el volver a Ottawa ni el nuevo proceso de adaptación. Pero la hora de embarcar tomaba más importancia, creando un gran vacío, como si estuviese dejando el amor de mi vida. Rezaba con todo fervor deseando que el vuelo se cancelara mientras cumplía una condena interminable junto al avión que me desafiaba al mirarlo por la ventana de la terminal. No tenía ningún poder a mi alcance para cambiar este destino como escrito sobre una piedra. Una vez que abordamos el ave de acero, éste obedeció las instrucciones de su piloto, alejándonos del bastión santiaguino. Era el adiós que no quería darle a mi pueblo. No podía evitar observar por la ventanilla ver como Santiago desaparecía mientras el avión escalaba hacía el cielo, con la cordillera tristemente despidiéndose. Lo único que me restaba eran los recuerdos de mis últimos tres años convenciéndome de conservarlos eternamente.

Una nave de Canadian Airlines en el Aeropuerto Internacional Pearson, Toronto, Canadá

Nuestra nueva saga en Ontario empezó durante un verano maravilloso. El segundo verano en 1992 para nosotros. El puerto de entrada fue el mismo de siempre, el Aeropuerto Internacional Pearson junto con el rutinario proceso de aduana e inmigración. Los oficiales fueron lo suficientemente amables recordándonos en una manera transigente - en cada oportunidad que se les presentaba - que no gozábamos más de los privilegios diplomáticos al entrar en esta jurisdicción. Estos comentarios no me afectaron personalmente pues predominaba la emoción de reunirnos con el Capítulo de Toronto de nuestro Clan Bickford. Nuevamente fuimos convidados a la casa de mi Tio John y mi Tia Amy en Etobicoke,  muy cercana al aeropuerto. Esa semejante bienvenida con la que nos recibían a cada vez, alivió mis preocupaciones con respecto a la vuelta al Canadá. Siempre consideré mi Tío John como mi padre canadiense y mi tía Ama como mi madre canadiense pues eran siempre las primeras personas conocidas que veía a cada vez que llegábamos en territorio canadiense. Este sentimiento de cariño especial es exactamente el mismo que sentí por mi Tata Annie y mi Tontón Fernando por lado de mi familia materna, dos personas increíblemente importantes para mi y tendré el placer de presentárselos en un futuro no muy distante. En cuanto al hogar de mis tíos en Toronto, existía un elemento muy particular que contribuía a sentirme en casa que puede parecer extraño. Al entrar a la casa, el olfato era mi primer sentido que respondía, inhalando un aire refrescantemente limpio que detectaba desde el cruzar por la puerta. Si existiera un olor a limpio sería idéntico a la casa de ellos. 

Nuestra estadía ahí no fue una repleta de actividades pero fue totalmente entretenida. Pasamos un tiempo en la sala mejorando nuestro repertorio de bromas y escuchando historias de mi padre y su hermano habiendo vivido en el Este de Canadá. Mientras escuchaba los detalles de estas anécdotas, sentí un paralelo en relación a mi vida pues ellos nacieron en el Reino Unido e inmigraron al Canadá cuando eran muy chicos. Se mudaron de pueblo a pueblo y después de algunos años, todo lugar les brindó recuerdos especiales. Estoy seguro que esos cambios de vida, sobretodo en aquellos tiempos, se hacia con un cierto grado de dificultad pero ninguno con retos socio-políticos como los que me tocaron vivir. Los pueblos y ciudades en Inglaterra podían parecer aislados el uno del otro pero no tenían ese aspecto ni ninguna comparación a las distancias que existen en el Canadá. Una vez que una persona ha vivido lo suficiente en este país, una distancia de 500 km es como un paseo por el parque. Además, nuestro hermano imperial posee una red de transporte impresionante debido a la densidad de su población, algo totalmente irrelevante con respecto a nuestra enorme tundra. Ellos tienen trenes mientras que nosotros tenemos VIA Rail. No es el método de transporte más envidiado del mundo civilizado pues existen mejores servicios en otros países. La mayoría de nosotros nos  desplazamos de un punto A hacia un punto B usando el invento favorito de Henry Ford, un tema que me permite abordar la introducción de nuestro punto clave en la agenda de nuestro regreso triunfante: el nuevo automóvil. 

El principal objetivo de esta visita para mi padre era comprar un auto nuevo para salir de la gran ciudad por la autopista 401 Oriente. Hicimos una extenso recorrido de concesionarios de coches por Etobicoke buscando una van o camioneta. Yo prefería la idea de una van, sobre todo alguna de las más grandes, por ejemplo la Aerostar. En cuanto a la camioneta, según mi concepto de los automóviles, era un error de diseño alarmante de los fabricantes. En mi capacidad como pasajero, la Aerostar me daba la impresión de estar cómodamente sentado en un salón movible. Pude confirmar lo anteriormente mencionado cuando mi padre hizo una prueba de manejo. ¡Pero que criatura tan poderosa! Mi padre comentó a lo largo de la manejada que sentía como si estuviese detrás del volante de un camión. Me entusiasmé tanto por la Aerostar que seguramente inundé mi pobre padre de comentarios a favor de la compra, obviamente sin pensar en el precio. Después de todo, qué podría yo entender de gastos cuando jamás tuve que comprar nada en mi vida. Veía que una van tenía un valor diferente para mí que para mi papá. El vendedor logró que mentalmente yo comprara el auto, pero no tenía ningún poder de compra. Mi padre no estaba para nada convencido, preocupado también si habría suficiente espacio en el garaje en Ottawa para meter semejante monstruo de vehículo. Nuevamente, como niño, ¿qué me importaba si este auto cabía en el garaje? ¡Era una Aerostar! El consuelo de mi padre lo encontró al entrar en la sala de exposición de Islington Chrysler. Este fue el Plymouth Voyager SE 1992. Por dentro, lo decepcionante para mi era que no tenía ningún parecido a una sala de conferencia. El hecho de poder quitar los asientos traseros y su apariencia futurística del vehículo fueron suficientes para convencer a mi padre. Poco después, lo perdimos de vista al perderse en un mundo de papeleo referente a la adquisición de nuestro nuevo acompañante mientras esperábamos, viendo el momento de salir del local en nuestro nuevo Voyager celeste. No me imaginaba que debíamos esperar para la entrega de la van. Aunque estuve parcialmente de acuerdo con el buen negocio de mi padre, no se comparaba con el Aerostar.

La muy futurística Plymouth Voyager 1992

El viaje de estreno de nuestra Plymouth Voyager fue hacia Kingston, Amherstview, para ser más preciso. Ahora nos preparábamos para una invasión a gran escala de la casa de Grandad, la que duraría un par de semanas, en las que íbamos a causar un caos. Bueno, realmente pasamos la mayoría del tiempo viendo películas, jugando e yendo a la misa dominical. William "Bill" Bickford (mi Grandad) era una estrella/superheroe en Amherstview: un sensei de Aikido durante los días hábiles y  los fines de semana  ministro de la United Church of Canada. En alguna ocasión nos utlizó a Brian y a mí para hacer demostraciones de sus trucos de artes marciales, lo cual le fascinaba. Desde que nos dejó Granny, creo que dedicó más tiempo a sus actividades que le permitían pasar más tiempo fuera de casa, pero igual así, tenía su casa equipada para entretener a sus nietos. Brian y yo descubrimos en ese momento un nuevo mundo de televisión por vía satélite y juegos de computadora, especialmente cuando nos dejaron mis padres con ellos, cuando fueron por el día a Ottawa. Debían encontrarse con el agente inmobiliario para firmar documentos legales para tomar posesión de la casa lo más pronto posible. Entre más pronto podíamos obtener las llaves de la casa, podíamos empezar nuestra nueva vida. Una nueva etapa en Ottawa, una ciudad que ya no recordaba después de Venezuela y Chile. Sólo habíamos vuelto a la gran capital durante uno de nuestros viajes cuando mis padres buscar una casa nueva. En ese momento, fue cuando decidieron comprar la casa de Gillespie. Ninguno de nosotros había vivido en esa casa pero logramos construir un increíble hogar ahí. Mis padres optaron por esa compra en Hunt Club, un barrio en el sur de Ottawa, para que Brian y yo pudiéramos identificar ese barrio como el nuestro.

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