Un(a) niño(a) de tercera cultura (TCK / 3CK) o niño(a) trans-cultural es "una persona que, como menor de edad, pasó un período extenso viviendo entre una o mas culturas distintas a las suyas, así incorporando elementos de aquellas a su propia cultura de nacimiento, formando una tercera cultura."

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domingo, 26 de junio de 2011

El Otoño En El Lycée Claudel

Estaba comenzando a tomar estructura mi vida en Gillespie intentando crear un refugio emocional donde pudiera ser feliz. Mis padres me dieron por primera vez la libertad de decorar como quisiera mi habitación, sea con posters, fotos o cualquier cosa que me diera gusto siguiendo las normas gubernamentales de la casa. Ya no me hacían falta mis juguetes los cuales donamos en Chile. Ahora disponía de más espacio para organizar mi ropa, mis zapatos y hallar un lugar dedicado para mis GI Joe. Estos no eran de ninguna manera juguetes. Eran réplicas de combatientes apropiados para asistir en el desarrollo antes de entrar a la adolescencia. De ninguna manera un motivo para generar cualquier tipo de vergüenza. También distribuí mis cosas para hacer algo de espacio para mi radio - la música siempre ha sido un componente especial enriqueciendo mi vida - siempre sintonizándome a KOOL FM 93.9. En ese momento conocí el mundo de la música popular comercializada y seguía esta emisora a menudo. Esta nueva casa empezaba a parecer el hogar que necesitaba pero aún faltaba un desafio más el cual no existía forma alguna de evitar: un nuevo colegio.

El Lycée Claudel en Old Riverside Drive, Ottawa

La escuela donde nos inscribieron mis padres a Brian y a mí se conformaba a las normas del currículum francés, conservando cierta estabilidad en nuestra carrera como estudiantes, llamada Lycée Claudel. La misión que me propuse a mi mismo era sobrevivir el primer día dentro del campo de batalla. No me interesaba ni ser la super estrella de la popularidad ni quería llamar la atención de los demás. Ese primer día fue brutal. Esos nudos de nervios y viento que se me habían formado en Santiago antes de empezar el colegio por primera vez volvieron con una furia implacable. La dirección del colegio, me mandó al sótano del edificio a una sala oscura donde se encontraba un sinnúmero de alumnos. Entre ellos se podían distinguir columnas en las que mostraban listas de nombres, indicando al lector su clase y sus compañeros. Al encontrar mi grupo, surgió una necesidad de apartarme del resto de los chicos hasta que alguien apareciera para llevarnos al salón de clase. Jamás en mi vida había yo demostrado semejante timidez. ¿Qué le sucedió a ese William quién no temía conversar con cualquier persona sin importar las consecuencias? Lo único que pasaba por mi mirada eran muchos niños de mi edad charlando como amigos de toda la vida, contribuyendo a sentirme incapaz de presentarme para lograr alguna integración. Me aparté como para intentar de hacerme invisible pensando que todos mis nuevos compañeros ya se conocían de años atrás. ¿Cómo competir contra toda esa ventaja?

Las primeras semanas fueron muy solitarias en este nuevo colegio. No podía dejar de pensar en los amigos que tuve que dejar, deseando que con tan sólo abrir y cerrar los ojos, fuera transportado de vuelta a mis días adorados en Santiago. Independientemente, sin importar el grado de mala suerte que tiene uno, siempre hay una tendencia para que algo cambie para que sea mejor. En el sistema del lycée, los alumnos cambian todos juntos de una clase a otra. Los alumnos eran todos los mismos y conforme cambiábamos de salón, cambiábamos de materia. Gracias a estas circunstancias, empecé tímidamente a conversar con mis vecinos de pupitre y como se suceder a esta edad, una vez que enganchas en una relación con alguien, se te abren las puertas para conocer a los demás. Tomó tiempo ver el fruto de mis labores pero lo logré. Mis amigos quienes me acompañaron durante todo ese tiempo fueron: Adriano Damnjanovic, Cédric Cocaud, Jean-Philippe Cormier, Marc-André La Haye, Olivier Kacou, Philippe Boyce-Lyon y Philippe-André Bonneau. A parte de nuestro tiempo compartido en el estudio, lo cual era obligatorio, nos juntábamos todos a comer en la misma mesa de la cafetería a diario. Ahí intercambiábamos opiniones en asuntos de importancia tales como nuestros maestros, las fiestas y el deporte. Este último tema era un mundo desconocido para mí. El fútbol (o soccer como se le conoce normalmente en el Canadá y los EE.UU.) no formaba parte de un aspecto importante para la mayoría de los chicos. Me encontraba en una situación complicada pero decidí comprometerme a estudiar ese nuevo mundo como si fuera tarea con una temática social. Ahora debía entender algo del hockey (más allá de la preciada historia The Hockey Sweater) y la NBA. Los deportes que quedaban se consideraban interesantes pero no merecían mucho tiempo para comentarlos.

Después de nuestras charlas del medio día, nuestra hora de recreo también incluía un componente para combatir el estrés. Antes de que la nieve invadiera el campo de juego, nos poníamos todos a imitar a los grandes del fútbol americano (deporte que requiere poco dominio del balón con el pié, lo cual hace que el nombre del deporte sea un enigma). Mientras alguien proporcionaba una pelota, cualquiera que quería unirse a nuestro partido era bienvenido. Jamás había jugado este deporte en mi vida, entonces el reglamento fue algo que tuve que descubrir a lo largo de nuestros partidos. Todos mis nuevos amigos, incluyendo Adriano que era serbio-italiano, se negaban a creer que no conociera las reglas. Yo era un fenómeno para la parte donde debíamos patear el balón, algo que para los que conocen este otro deporte es muy limitado. La otra parte que consiste en correr y afrontar al contrincante empezaron a explicarse por sí solos con el paso del tiempo. Había algo gratificante de sentirse corriendo en el aire frío, con los pulmones trabajando como locomotora al intentar de ganarle al otro equipo por fuerza física para obtener el codiciado tanto y sumar más puntos que el otro. En el invierno, jugábamos con gran frecuencia en las montañas formadas por la nieve que se acumulaban al limpiar el estacionamiento del colegio,  un juego llamado El Rey de La Montaña. Se creaban unas tremendas rivalidades entre niños de todas las edades con el propósito de ser la promoción que se adueñaba de la montaña antes de que la campana sonara indicando el fin del recreo. Pienso que durante nuestra hora de recreo representaba más esfuerzo que los cursos de educación física.

Mis compañeros durante una foto de la clase

Mientras fue pasando el tiempo, todos estos chicos se convirtieron en un gran motivo para poderme sentir en casa y su amistad me ayudó a incorporarme como un canadiense más. Me di cuenta que en el pasado había pensado que era canadiense pero no podía en esos momentos relacionarme con nadie que no fuera expatriado. Algunos lo fueron, por ejemplo Olivier quien era hijo de un diplomático de la Costa de Marfil y la madre de Adriano trabajaba como funcionaria en la Embajada de Italia. Muchos de los otros, a esa edad, no lograban entender que un canadiense podía vivir varios años en el extranjero y aún ser canadiense. De igual modo, me dieron mucho más de lo que pudieran imaginarse el gran regalo de su amistad. Gracias a nuestra amistad, siempre recuerdo Ottawa con mucho cariño y cada vez que paso por Claudel sonrio. Estos grandes amigos me hicieron sentir parte del grupo, sobretodo porque era muy importante para mí sentirme así de vuelta en casa. Siempre pienso que estos recuerdos significan mucho más para mi que el tiempo que estuve en la vida de ellos. Los tres años que pasé en ese colegio fueron únicamente un fragmento minúsculo en sus vidas, sobretodo cuando el tiempo tiene un concepto diferente cuando uno está creciendo. Cuando empecé en Claudel era El Chileno, pero después fui uno más del grupo.

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