Un(a) niño(a) de tercera cultura (TCK / 3CK) o niño(a) trans-cultural es "una persona que, como menor de edad, pasó un período extenso viviendo entre una o mas culturas distintas a las suyas, así incorporando elementos de aquellas a su propia cultura de nacimiento, formando una tercera cultura."

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domingo, 14 de agosto de 2011

Y La Cede del Mundial 1994 Es…

El mundo del fútbol fue tomado por sorpresa cuando los Estados Unidos de América ganó el sorteo organizado por la FIFA para recibir el evento deportivo más prestigioso del mundo. Un clima de desilusión resaltó en cada esquina del planeta en anticipación del Mundial y los hinchas de todas partes del mundo compartieron su disgusto, dudando de las habilidades de un país que se refiere al deporte como “soccer”. Lo cierto es que el comité organizador de la FIFA marcó un golazo en el sentido del marketing llevando este hermoso deporte a un mercado virgen. Yo no le di importancia al aspecto político del juego en ese momento pues volvía a reunirme con un gran amor que también formaba parte de mis tradiciones favoritas. Cada gran civilización tuvo su calendario y el mío era el Mundial  cada cuatro años. Este gran momento también destacó la impresionante falta de interés de mis compañeros y me empezaba a dar cuenta que no formaba parte de una cultura uniforme en mi país. Me daba cuenta que adoptaba elementos de otras culturas para intentar de darle sentido al mundo en el que vivía. Mientras que alentaba todo un continente con el que me identificaba a fondo – América del Sur – ese no era mi hogar. Si la selección nacional brasilera goleaba un equipazo de alta categoría tal como Alemania, en mi barrio no se escuchaba ni la bocina de un coche al pasar. Mis canadienses esperaban que empezara el otoño, perdidos en un aburrimiento veraniego sin hockey y el fútbol ni servía para llenar ese vacío. En Brasil – como en muchas otras partes del continente – si esa misma condición se diera, gobiernos y empresas se verían obligadas a declarar un día de vacaciones para festejar la victoria pues el mundo del trabajador se vería paralizado por celebraciones.

Diana Ross durante la ceremonia de inauguración en Soldier Field, Chicago, EE-UU

Los estadounidenses lograron empezar este torneo con un gran espectáculo sin importar la mirada dudosa del extranjero viendo todo a distancia desde su hogar. La ceremonia de apertura la animó Oprah Winfrey desde el estadio Soldier Field en Chicago, donde presentó grandes talentos de esa época tales como Daryl Hall, Jon Secada y Diana Ross, deleitando al público más grande de sus carreras musicales. Recuerdo perfectamente cuando Diana Ross se pavoneaba por el terreno de juego, sus brazos animando a los espectadores mientras parecía perderse en su magia musical hasta toparse con un balón al otro lado de la cancha. Pateó el esférico desviando el balón increíblemente lejos del arco el cual se partió a la mitad poco después. Según dictaba el reparto, se suponía que ella debía patear al centro del arco y que por la potencia del disparo, el arco colapsaría, pero de cualquier manera fue entretenido. A pesar de todo, admiré nuestros vecinos por el gran trabajo que desempeñaron, sobretodo en cuanto a la asistencia a los partidos (un promedio de 69,000 espectadores) borrando el récord establecido durante el Mundial 1966 en Inglaterra. En cuanto a asistencia total, los números llegaron hasta 3.6 millones, un número jamás eclipsado en la historia del torneo, mismo después de cambiar el formato de 24 a 32 equipos en Francia 1998. Poco después del gran show dando la bienvenida a los equipos en los Estados Unidos de América y el desfile de banderas, la espera se terminó cuando los alemanes se enfrentaron a los bolivianos del Diablo Etcheverry. Por supuesto que para mí, el primer partido tendría que esperar pues los aficionados de la albiceleste todos esperaban el regreso del Diego quien volvía de su jubilación para llevar a la Argentina hacia la gloria.  

El primer partido de la selección argentina fue en Foxboro, en las afueras de Boston, ante Grecia. Los argentinos presentaron un equipo con talento inigualable con José Antonio Chamot, Roberto Sensini, Oscar Ruggeri, Diego Simeone, Fernando Redondo, Abel Balbo, Claudio Caniggia, Gabriel Batistuta y por supuesto, El Diego. Golearon a los griegos con un 4 a 0 contundente, dejando a sus hinchas repletos de esperanza imaginando a sus chicos como campeones. Batigol marcó 3 goles pero el metrallazo de Maradona fue sin duda el gol más especial, marcando el regreso del dios del fútbol. Después de este partido, Juan Alberto, Brian y yo salimos a la calle con nuestro balón intentando de imitar el hermoso y lindo fútbol argentino. El siguiente partido, el director técnico se decidió por la misma alineación que logró un triunfo sufrido 2 a 1 ante Nigeria. Las Super Águilas rindieron a un nivel fenomenal, no solamente representando orgullosamente el continente africano pero clasificando a la siguiente ronda como líderes del Grupo D en frente de Bulgaria, Argentina y Grecia. Pero al concluirse este partido, quizás la tragedia más grande en el fútbol argentino se dió a conocer aniquilando el estado anímico y las esperanzas de los pamperos. Maradona tuvo que hacer maleta y despedirse del torneo al fallar una prueba de doping al tener un resultado positivo de doping de efedrina. Fue entrevistado brevemente después de esta desastrosa noticia en la cual se le dificultaba hablar – algo poco común en su vida. Jamás olvidaré aquellas palabras con las que nos dejó: “Me cortaron las piernas.” Fue como si hubiesen matado a alguien en mi familia y Juan y yo estábamos al borde de las lágrimas al ver caer nuestro gran ídolo. Poco después de este terrible incidente, hubo una declaración que Rip Fuel, un suplemento que usaba este deportista en Argentina durante su entrenamiento, no tenía el ingrediente que podría causar el dopaje pero la versión americana sí. Como se le había terminado este suplemento durante el torneo en los EE.UU., su preparador físico le dió el americano sin saber la diferencia. Esto significaba que jamás volvería a vestir los colores argentinos, una verdadera perdida para el deporte.

La Argentina se vió totalmente deslumbrada, perdiendo su elegancia y confianza en el terreno del juego. La motivación, la fe y todos los ingredientes necesarios para el triunfo parecían acompañar a Diego en su equipaje rumbo a Buenos Aires. Las estrellas cesaron de brillar y el deseo de reinvicación se esfumó tras ser eliminados por Rumanía luego de la fase de grupos. Los demás representantes de la CONMEBOL como Bolivia y Colombia (nombrada favorita por Pelé para llevarse la copa) siguieron un camino similar sin pasar la fase de grupos dejando la carga emocional de todo un continente sobre los hombros de Duga, el capitán carioca y sus compañeros. Ésta fue la primera vez en la vida, que decidí apoyar a la verde amarella. Ahora, los partidos de fútbol en el barrio lucían como héroes como Bebeto y Romário, luchando valientemente contra las fuerzas del mal como Los Países Bajos y Suecia. Nadie podía interponerse en nuestro camino hacia la gloria para llevarnos este trofeo codiciado de vuelta donde pertenecía: ¡América del Sur! Se nos estaba preparando una gran victoria, para el mundo que conocía la escasez contra la billetera ilimitada del primer mundo. Los grandes clubes europeos disponían de centros deportivos de primera clase y academias para entrenar a sus jugadores pero no tenían el talento natural de los brasileros. A lo largo de cada partido, parecía que los cariocas se divertían, sonriendo  y bailando  dominando el esférico mientras los demás equipos parecían ser espectadores sin poder gozar de la posesión. Este era el famoso jogo bonito de la época dorada de mis antepasados que jamás pude ver con mis propios ojos.

La selección nacional brasilera en el mundial 1994

El 17 de julio, 1994, la ciudad de Pasadena, California recibió el carnaval para la gran final del torneo, colocando a la Italia de Roberto Baggio – un goleador sin igual a nivel local e internacional – contra Brasil. En Ottawa, los Bickford y los Marquez unieron sus fuerzas para apoyar a los Sudamericanos. Lo único en ese ambiente que podía defender el orgullo romano en esa casa era la pizza que pedimos para comer. Sin querer ofender a nuestros hermanos de Il Bel Paese, era el día de Brasil. Fue un partido alargaseis, no por la falta de goles si no por el nerviosismo e intensidad corriendo por las venas de los jugadores que se transmitía claramente al espectador. Cada oportunidad a favor de los brasileros se enfrentaba a Gianluca Pagliuca, el arquero italiano invencible que rescataba a cada instancia el sueño romano. El encuentro se determinó en penales cuando Roberto Baggio encaró a su contraparte Taffarel y mandó el balón a la última grada como si fuera para descubrir un nuevo planeta y una marea verde y amarilla descendió a bañar el terreno para que los chicos de la samba se coronaran por cuarta vez campeones del mundo. El torneo terminó y nos metimos a la camioneta de los Marquez, paseando por las calles de Ottawa con bocina y bandera venezolana por la ventana apoyando a nuestros héroes del día. Seguramente algunas personas que veían llegar nuestro vehículo pensó que celebrábamos la liberación de nuestro país. Yo no podía estar más emocionado por semejante triunfo de mi continente demostrando su superioridad en este maravilloso deporte.

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