Un(a) niño(a) de tercera cultura (TCK / 3CK) o niño(a) trans-cultural es "una persona que, como menor de edad, pasó un período extenso viviendo entre una o mas culturas distintas a las suyas, así incorporando elementos de aquellas a su propia cultura de nacimiento, formando una tercera cultura."

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domingo, 4 de diciembre de 2011

El Terrorismo Para Novatos

Queridos amigos, esta semana les brindo la parte 3 de 5 de "El Verano Sangriento" contado por David Bickford. Esta semana vemos las condiciones dentro de los reclusorios peruanos en 1997.


Entrenamiento de la guerrilla del MRTA


A lo largo de las discusiones entre terroristas y el gobierno peruano, el MRTA expresó su preocupación por el bienestar de sus compañeros encarcelados – poco después de la toma de la residencia japonesa, el privilegio de los terroristas para recibir visitas fue suspendido por el gobierno junto con otros cuantos que gozaban dentro de estas instituciones. Los Garantes decidieron crear un sub-comité (yo fui la víctima escogida como líder del grupo) para visitar cárceles en donde habían miembros del MRTA. Éramos un grupo pequeño incluyéndome a mí, un diplomático japonés, una monja española, un doctor japonés, un doctor peruano y otro diplomático canadiense. Debíamos ir a seis cárceles y reportar a los Garantes las condiciones de éstas, incluyendo el respeto de los derechos humanos, al igual que la salud y el bienestar de los reclusos.


Empezamos bien – más o menos – en un microbús alquilado por la Embajada del Japón de “Mickey Mouse Tours”, el cual hasta tenía la imagen de un ratón sonriendo de un costado. La visita a una de las cárceles más conocidas de Lima, llamada Lurigancho, fue muy interesante. Ésta fue la penitenciaria que vio una rebelión interna a finales de los años 1980 donde el ejército entró y mató cientos de reclusos, en gran parte terroristas. Ésta tenía cuatro grandes alas, en dos de ellas se encontraban los criminales más peligrosos y además nunca entraban los guardias y las otras donde estaban los presos condenados debido al terrorismo. Nos dieron acceso para poder ver a los presos, probamos su comida, y quedamos sorprendidos por el alto estado de ánimo dentro de un ambiente represivo. Salimos de la cárcel rodeados por la prensa (mayormente japonesa) quien nos acosó peor que los prisioneros que estaban adentro. El intrépido bus de Mickey Mouse no podía escaparse de la caravana de vehículos y motocicletas de la prensa hasta llegar a la Embajada donde escribimos un reporte mientras que la prensa gritaba al rondar el edificio.

Celda en el penal de Lurigancho


También visitamos varios reclusorios de mediana seguridad pero la que más destacó fue una a 4,200 metros de altura cerca de Puno, en el sur del Perú: Yanamayo. Llegamos a Lima – prácticamente sordos – en un Antonov 22 de la Policía Nacional Peruana (nave soviética de los años 1960 equivalente al C-130 Hércules). La cárcel que visitamos tenía detenida la gran parte de los cabecillas del MRTA. Queríamos ver el estado en que se encontraban e intentar de convencerlos de impartir órdenes a sus colegas en la residencia japonesa de ser más flexibles en cuanto a las negociaciones. Uno de los problemas con los que nos encontramos fue que los líderes en Yanamayo habían dado las órdenes a los terroristas que se encontraban en la residencia a través de intermediarios antes de la toma. Aunque eran reclusos, teóricamente aislados del mundo en una cárcel en las alturas, contaban con pleno contacto completo con el mundo exterior – nos imaginábamos que esto era debido a sobornos otorgados a los guardias para poder pasar sus mensajes.

Las primeras impresiones de Yanamayo eran prohibitivas. Sobre una ladera ventosa, la enorme cárcel era un bloque de cemento contando con cuatro niveles con pocas construcciones a su alrededor. El complejo estaba cercado por rejas coronadas de alambres de púas, vigilado por militares cada cincuenta metros a lo largo de ella – seguramente para prevenir ataques. Letreros indicaban que después de los alambres había un campo de minas. Al entrar podíamos escuchar gritos, coreando consignas así como mantas patrióticas. Los guardias no querían que entrásemos temiendo un motín pero insistimos. Con cierto temor ingresamos a un pabellón. Habían celdas a nuestros cuatro costados con barrotes en frente de las celdas. Una vez que nos vieron, el MRTA empezó inmediatamente a gritar, golpeando los barrotes – curiosamente los prisioneros del Sendero Luminoso estaban tranquilos y nos hablaron de manera relajada. El MRTA parecía padecer de una cierta locura, incluyendo uno que reconocí en una foto como un chileno. Era un gran consuelo saber que había esa separación de acero entre nosotros. Lo que más recuerdo es el frío. Era intenso y penetraba hasta los  huesos. Les tendí la mano a algunos encarcelados y al estrecharr sus manos moradas, era como si hubiesen perdido perdido la sensibilidad. Eran cuatro personas por celda (de unos 3 por 3 metros), durmiendo como en una estantería de concreto con colchones delgados. Tenían  derecho de salir a hacer ejercicio 30 minutos al día – pero este “privilegio” fue cancelado, junto con visitas y paquetes de sus seres queridos. Sentí difícil creer que podían seguir siendo tan militantes, año tras año bajo estas condiciones, pero lo hacían.

Penal de alta seguridad Yanamayo en Puno, Andes peruanos


Después nos reunimos en una pequeña sala de conferencias con los líderes, todos tranquilos, relajados, pero argumentativos y poco cooperativos. No llegamos a ningún acuerdo al intentar de convencerlos que fueran más flexibles en cuanto a sus exigencias – después de todo, para ellos el propósito de capturar rehenes de alto nivel era lograr su propia libertad de esa cárcel. Mo importaba nada más. Más tarde visitamos el hospital donde me senté en una cama para hablar con un guerrillero del Sendero Luminoso paralizado de la cadera hacia abajo. Admitió que se había gravemente lesionado al preparar una bomba. Me mencionó que no recibió prácticamente ninguna rehabilitación en la cárcel, pero se sentía mejor tratado por lo general que cualquier peruano pobre sin acceso a la asistencia médica. Pensé que los del Sendero Luminoso eran más razonables que el MRTA. También pudimos ver la cocina donde probamos estofado de alpaca (mayormente hueso, pero igual abundante y sabroso). Regresamos a Lima tarde ese día con terribles dolores de cabeza por el cambio de altura (Lima está a tan sólo unos cuantos metros sobre el nivel del mar).


Nuestro reporte final sirvió para tranquilizar a los terroristas en la residencia japonesa informándoles que sus compañeros no estaban siendo maltratados y esto pudo haber ayudado a mejorar la relación entre los terroristas y los Garantes. A nivel personal, nosotros en el sub-comité nos volvimos buenos amigos y empecé a admirar la ética laboral, el profesionalismo y el buen humor de mi colega del servicio exterior japonés, Kenji Hirata. Aunque estas visitas eran secundarias a las principales negociaciones, aprendí que los líderes del MRTA, mismo después de años cumplidos de condena y pocas esperanzas de ser puestos en libertad, seguían muy militantes, dedicados a su causa y de
ánimo intacto – un tremendo enemigo.

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