Un(a) niño(a) de tercera cultura (TCK / 3CK) o niño(a) trans-cultural es "una persona que, como menor de edad, pasó un período extenso viviendo entre una o mas culturas distintas a las suyas, así incorporando elementos de aquellas a su propia cultura de nacimiento, formando una tercera cultura."

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domingo, 28 de agosto de 2011

Perú – Día Cero


Antes de arribar en tierras Incas, tuve mucho tiempo para imaginarme lo que sería Lima, Perú. Esto fue mucho tiempo antes de la época dorada del internet donde se revolucionó el acceso a la información. ¿Cómo logramos vivir en aquellos tiempos? Inclusive mientras estaba sentado en la orilla de mi asiento en el avión, escuchando atentamente el anuncio de la tripulación indicando a los pasajeros que empezábamos a descender para llegar al Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, mi mente tenía la imagen de una ciudad compuesta de una mezcla de Santiago y Caracas. Mis recuerdos de estos lugares permanecían claros. Mientras la nave se aproximaba a tierra firme, no podía distinguir ninguna luz en la oscuridad de la noche. Siempre me encantaron los vuelos nocturnos y ver las luces haciendo notar en medio de las tinieblas que ahí había civilización. Una neblina cobijaba nuestro avión, ocultando todo como si protegíera un secreto o me preparara alguna sorpresa. Impaciente, seguía desafiando la garua sin cesar, esperando ver algo del panorama, pero ésta no se dejaba vencer ante mi mirada incansable. Ninguno de los dos desistimos hasta que de repente, sentí el conocido golpe de las ruedas del avión ponerse en contacto con la pista de aterrizaje, indicándome que me acercaba a mi nuevo hogar donde viviría los próximos dos años.

Bandera del Perú adoptada en 1825

Nuestra ave gigante de acero se aproximó a la terminal de llegadas pero no paró enfrente del edificio donde normalmente se extendía un brazo para dar acceso a los pasajeros al edificio. Una de las azafatas abrió la puerta para iniciar el proceso de desembarque, pero al dejar espacio para que entrara el aire, un olor fuerte penetró en nuestro ambiente. Aquel olor es algo que no podré olvidar jamás y decir que éste era un olor fetido sería generoso. Ese terrible olor provenía de plantas de harina de pescado, basura y quizás un toque de guano que juntos quedaban entrañados en la neblina húmeda y densa. Pensé que debíamos resistir esta prueba hasta alejarnos del aeropuerto viendo que generalmente en grandes ciudades, estas construcciones se encuentran en zonas principalmente industriales. Bajamos por unas escaleras dejando el avión de Aeroperú atrás, subiéndonos a un bus que nos llevaría a la aduana, el proceso burocrático internacional formalmente dando la bienvenida al país. En ese momento, se acercó un oficial de administración de la embajada, el Sr. Stuart Bale, quién había estado en misión con su hermosa familia en Caracas, Venezuela, en la misma época que nosotros, dándonos una breve introducción al Perú. Ésta fue una linda sorpresa para nosotros, comenzando una nueva aventura viendo un rostro conocido. Pasamos el protocolo de la aduana si menor problema, por una fila dedicada a diplomáticos, para después poder reclamar nuestro equipaje y partir en una camioneta oficial de la embajada. Durante todo este tiempo se terrible olor nos perseguía. Afuera del aeropuerto, cientos de personas esperaban la salida de sus seres queridos.

Nuestro chofer, un peruano fornido portando el nombre de Wilbur  nos llevaría a nuestro alojamiento. Nuestro vehículo cruzó por la multitud hasta que unos niños empezaron a arrojarnos piedras. Hacían esto para enfurecer a los motoristas lo suficiente para parar y abandonar el vehículo para perseguirlos. Los que conocían mejor esta táctica de provocación sabían que al responder de esa manera, una docena de niños atacarían al individuo y se llevarían todo lo que había dentro del auto  – y a veces hasta el mismo vehículo. Este era el fenómeno de los pirañitas. Stuart nos explicó esto junto con otras informaciones importantes referentes a nuestra seguridad personal. Esta parte de la ciudad se llamaba Callao y la imagen de esta zona era chocante. Al pasar por una avenida altamente transitada, se podía ver en la división entre los carriles que iban en sentidos contrarios, montones de toda clase de basura pues la ciudad no disponía de un sistema de recolectar la basura. A los costados, se podían observar varios edificios que parecían haber sido afectados por un ataque terrorista. Aparentemente, esto era una manera de generar ahorros en cuanto a los impuestos pues el estado no podía cobrar el monto completo viendo que las propiedades estaban incompletas. Al seguir en dirección hacia Miraflores – el lugar para los extranjeros al igual que un centro de negocios para la ciudad - la imagen mejoraba algo.

Nuestra primera noche en la ciudad, nos reportamos al Hotel Pardo donde teníamos nuestras reservaciones. Estaba idealmente colocado, literalmente al otro lado de la calle de la Embajada del Canadá y en el centro de entretención para los gringos. Esa noche, Brian aún estaba sentido por haber dejado atrás su vida en Ottawa y se negó a salir de la habitación del hotel. Dad, Maman y yo salimos a la famosa “Calle de las Pizzas” para probar una pizza con un toque local y su propia sangría (una bebida que encuentra sus orígenes en la ‘Madre Patria’ preparada a base de vino tinto, agua con gaz o alguna bebida gaseosa cítrica mezclada con frutas frescas de la temporada). La comida estuvo deliciosa, el servicio excelente y el precio razonable. En esta calle existían unos 30 ó 40 restaurantes sirviendo sus propias pizzas y todos tenían gangas para beber Pisco Sour, la gran bebida nacional. Aunque conocía este trago como chileno, jamás tuve el placer de probarlo a esa edad pues era una bebida alcohólica. Los peruanos se sentían muy orgullosos de su bebida y acusaban a sus vecinos en el sur de copiones. Nunca argumenté a favor de nadie por respeto a mis anfitriones. Al volver al hotel, podía ver varios niños peruanos vendiendo flores, vendedores con quioscos movibles, todos intentando capturar la mirada de los peatones gozando de la vida nocturna de Miraflores. No nos quedamos mucho tiempo dentro del ambiente pues los dias a seguir dentro de nuestra agenda estaban repletos de actividades y esta vez, Brian y yo teníamos que escoger un colegio.

La Calle de las Pizzas vista desde el Parque Kennedy, Lima, Perú

Teníamos la firme déterminación de aprovechar esta oportunidad lo mejor posible y continuar con ese espíritu aventurero que aprendimos a lo largo de nuestras previas aventuras por el continente sudamericano. La primera noche, nos preparamos todos para dormir en terreno ajeno nuevamente, vimos un poco de programación televisiva del país intentando de encontrar un noticiero para obtener una mayor perspectiva sobre la actualidad peruana. Desafortunadamente, ya era tarde esa noche y lo único que logramos ver era una publicidad patriótica marcando el cierre del día para esa cadena. El video protagonizaba una mujer atractiva vestida en un uniforme típico quechua corriendo por campos con cortes de imágenes mostrando distintas regiones del pais y una canción que repetía “así me gusta mi país, Perú.” Después de esta simpática propaganda nos metimos en nuestras camas esperando descansar profundamente para estar preparados para ir a la embajada temprano por la mañana para conocer el personal. En vez de unos dulces sueños, nos despertó un terremoto por la noche. Fue algo sorprendente pues nunca había sentido uno en toda mi vida.

domingo, 21 de agosto de 2011

Adiós Muchachos Compañeros De Mi Vida…


Al cumplir 14 años, ya había vivido en cuatro países y conocido otros siete más. Nueve años completos de mi vida los pasé como extranjero  a excepción de mis últimos tres que fueron en casa. Seguramente, ya estaba algo acostumbrado a ser un expatriado, lo cual contribuía a un cierta sensación conflictiva con mi estadía en Ottawa. Era como admirar una obra de arte en un museo prestigioso, en vez de formar parte de lo que se pintó en la tela con un propósito. Le brindé a esta nueva oportunidad el mismo empeño que siempre para que las cosas se dieran positivamente dentro de un panorama más canadiense, una imagen con la que me sentí muy identificado durante el largo exilio. El hecho también de una gran timidez tomando el mando de mi personalidad dificultó mucho la transición. El inglés seguía protagonizando como idioma en la casa cuando estábamos todos juntos y el francés dominaba en el mundo académico y al relacionarme con mi madre. El castellano ya no jugaba el mismo rol en mi vida, siendo muy limitado. Juan Alberto y sus padres (mis tíos adoptivos) eran los que formaban parte de ese mundo junto con una cultura muy cercana a lo que recordaba y me hacia sentir en casa. Era duro para mí relacionarme con mi país pues mucha de la gente que vivía en mi ciudad me consideraba extranjero lo cual me alejaba más de la bella hoja de arce roja pintada en mi corazón.

Con mis amigos en Ottawa

Anteriormente, el tiempo era el mejor remedio para una transición más fluida y como siempre, seguida de la estabilidad. Mientras me familiarizaba con lo que me rodeaba, hacía nuevas amistades e inmediatamente me sentía cómodo. Me convertía tan sólo en uno más formando parte de una preciosa cultura uniforme. Mi presencia en esta receta era como agregar algo de sazón para mejorar el sabor. Después de haber pasado dos años en misión, estando totalmente sumergido en ese nuevo hogar, jamás me imaginaba que mis días estaban siendo contados. Estas circunstancias eran difíciles pero nunca pensé en desquitarme con mi padre o su trabajo, pero esto era lo que sucedía a cada vez. Teníamos que irnos. Desde que nací mi realidad era la de un nómada, entonces no tenía punto de comparación. Ahora se me complicaba más hacerme a la idea de acomodarme a un estilo de vida cuando sabía que nada en mi vida era permanente. Por supuesto que de alguna manera nos abría el mundo como niños, pero todo tiene su pro y su contra. Por ejemplo, aunque sentía como si Canadá fuese otra misión de tres años, pero esta vez estábamos cerca de la familia de mi padre, una enorme ventaja. Aunque no vivían literalmente a la vuelta de la esquina, este hecho contribuyó tremendamente a mi experiencia del país con su enorme apoyo y compromiso de pasar feriados y fechas importantes juntos como familia. Quizás si hubiese tenido a mi Grandad, mi Tío John y mi Tía Amy o mi Tío Rick y mi Tía Margaret más cerca como para ir a casa de ellos después del colegio, Ottawa hubiese sido un capítulo diferente.

Al iniciarse la primavera de 1995, tan claro como la rutina en el extranjero, llegó mi padre a casa con noticias de un nuevo traslado. Esta vez, mis padres sintieron algo más de preocupación al tener que compartir esta novedad con sus dos hijos que ya era mayores y valoraban su libertad. Lo que más temían era la posible reacción ante semejante noticia. Se acababan aquí las visitas cada mes a casa de Grandad, la frecuencia de nuestros encuentros con los Bickford de Ontario, nuestra canasta de basquet, el jugar con libertad en la calle y los amigos. Mis padres nos sentaron en la sala, el mismo lugar donde ayudábamos a poner el árbol de navidad cuando era esa época del año, para darnos la noticia. Mi padre empezó contándonos que nos íbamos a Lima, Perú por dos años. Lo primero que pensamos tanto mi hermano como yo, era en un compañero que Brian tenía en el colegio llamado Daniel Seminario. Éste vivía obsesionado en Michael Jordan y los Bulls, sacrificando sus responsabilidades de joven adulto por el deporte – el cual no parecía tener el don para practicarlo – quien también tenía tiempo de no haber vuelto a su país. Estábamos convencidos que Él no era la persona adecuada como ejemplo de los peruanos. Mi madre continuó preguntándonos lo que sabíamos del país y Brian y yo pudimos responder acerca de  los Incas – una gran civilización pre-colombina la cual vió su luz apagada por la conquista de los españoles. Mis padres siguieron con una breve explicación de la situación política del país, mencionando que el gran líder político era Fujimori y que el gran país andino se estaba recuperando de una casi guerra civil sufrida contra el Sendero Luminoso.

Recuerdo que Brian estaba decepcionado con esta partida más que las otras. Él había hecho grandes amistades, especialmente con Manu, Tariq y Grégoire, quienes eran chicos muy simpáticos y me trataban bien. Normalmente, me invitaban a participar en partidos de basquet o a acompañarlos para ver partidos en la televisión. Mi hermano era todo un joven emprendedor, encontrando oportunidades para ganar un poco de dinero en la comunidad, podando pasto, limpiando la nieve de las entradas de las casas y cuidando niños. Muchos residentes de nuestro barrio lo conocían y el hecho de ser reconocido significaba mucho para él. Cualquier cosa que se tenía que hacer en la casa, podías contar con él. Ahorraba su dinero para comprar CDs, posters y otras cosas indispensables para los adolescentes. Con esta nueva mudanza, el podía ver todos sus logros esfumarse junto con su libertad de andar en bicicleta a cualquier lugar que quería. Él no se quería ir. Yo sumé mis experiencias pasadas en esta ciudad y no sentí una gran necesidad de evaluar los positivos y negativos. Mi hermano era dos años mayor entonces los elementos en su vida que lo aferraban a Ottawa eran distintos. Mi mejor amigo, Juan alberto y su familia también se iban rumbo a Quito, Ecuador (una vez más vecinos), lo que también agregaba al deseo de partir. Si mis amigos se iban, no veía el por qué de quedarme y quizás el cambio tendría algo bueno para mí.

Durante la ceremonia de mi confirmación junto a mi familia


El último verano en Ottawa fue muy corto. Fue muy aburrido como de costumbre porque mis amigos del colegio estaban fuera de la ciudad en campamentos y Juan estaba obligado a quedarse en casa mientras su familia empacaba. Mi Maman dió varias vueltas por la casa poniendo etiquetas de transporte sobre cada cosa que teníamos: aéreo, marítimo y depósito. Ya me había acostumbrado a verlas. Marcaban siempre el final de cada misión. Más tarde llegarían empacadores con un camión enorme para ayudar a poner nuestras cosas en cajas. Lo que necesitábamos con urgencia iba por avión, lo demás por barco y nuestros muebles que no nos acompañaban se quedarían en el depósito esperando nuestro regreso – dentro de dos años por esta vez. Psicológicamente, esta mudanza fue más fácil para mí porque era por menos tiempo que las  misiones anteriores. Dos años pueden pasar rápido. Nuestros efectos personales representaban otro problema pues debían pasar por la aduana al llegar al destino final. Al quedar la casa vacía, la dejamos tomando el camino que conocíamos de memoria hacia Kingston, Varty Lake y por último, saliendo de Canadá por el Aeropuerto Pearson, el mismo puerto de entrada de hace tres años. Me sentía triste al dejar atrás a mi familia y nervioso al pensar en lo que se me esperaba en Perú.

domingo, 14 de agosto de 2011

Y La Cede del Mundial 1994 Es…

El mundo del fútbol fue tomado por sorpresa cuando los Estados Unidos de América ganó el sorteo organizado por la FIFA para recibir el evento deportivo más prestigioso del mundo. Un clima de desilusión resaltó en cada esquina del planeta en anticipación del Mundial y los hinchas de todas partes del mundo compartieron su disgusto, dudando de las habilidades de un país que se refiere al deporte como “soccer”. Lo cierto es que el comité organizador de la FIFA marcó un golazo en el sentido del marketing llevando este hermoso deporte a un mercado virgen. Yo no le di importancia al aspecto político del juego en ese momento pues volvía a reunirme con un gran amor que también formaba parte de mis tradiciones favoritas. Cada gran civilización tuvo su calendario y el mío era el Mundial  cada cuatro años. Este gran momento también destacó la impresionante falta de interés de mis compañeros y me empezaba a dar cuenta que no formaba parte de una cultura uniforme en mi país. Me daba cuenta que adoptaba elementos de otras culturas para intentar de darle sentido al mundo en el que vivía. Mientras que alentaba todo un continente con el que me identificaba a fondo – América del Sur – ese no era mi hogar. Si la selección nacional brasilera goleaba un equipazo de alta categoría tal como Alemania, en mi barrio no se escuchaba ni la bocina de un coche al pasar. Mis canadienses esperaban que empezara el otoño, perdidos en un aburrimiento veraniego sin hockey y el fútbol ni servía para llenar ese vacío. En Brasil – como en muchas otras partes del continente – si esa misma condición se diera, gobiernos y empresas se verían obligadas a declarar un día de vacaciones para festejar la victoria pues el mundo del trabajador se vería paralizado por celebraciones.

Diana Ross durante la ceremonia de inauguración en Soldier Field, Chicago, EE-UU

Los estadounidenses lograron empezar este torneo con un gran espectáculo sin importar la mirada dudosa del extranjero viendo todo a distancia desde su hogar. La ceremonia de apertura la animó Oprah Winfrey desde el estadio Soldier Field en Chicago, donde presentó grandes talentos de esa época tales como Daryl Hall, Jon Secada y Diana Ross, deleitando al público más grande de sus carreras musicales. Recuerdo perfectamente cuando Diana Ross se pavoneaba por el terreno de juego, sus brazos animando a los espectadores mientras parecía perderse en su magia musical hasta toparse con un balón al otro lado de la cancha. Pateó el esférico desviando el balón increíblemente lejos del arco el cual se partió a la mitad poco después. Según dictaba el reparto, se suponía que ella debía patear al centro del arco y que por la potencia del disparo, el arco colapsaría, pero de cualquier manera fue entretenido. A pesar de todo, admiré nuestros vecinos por el gran trabajo que desempeñaron, sobretodo en cuanto a la asistencia a los partidos (un promedio de 69,000 espectadores) borrando el récord establecido durante el Mundial 1966 en Inglaterra. En cuanto a asistencia total, los números llegaron hasta 3.6 millones, un número jamás eclipsado en la historia del torneo, mismo después de cambiar el formato de 24 a 32 equipos en Francia 1998. Poco después del gran show dando la bienvenida a los equipos en los Estados Unidos de América y el desfile de banderas, la espera se terminó cuando los alemanes se enfrentaron a los bolivianos del Diablo Etcheverry. Por supuesto que para mí, el primer partido tendría que esperar pues los aficionados de la albiceleste todos esperaban el regreso del Diego quien volvía de su jubilación para llevar a la Argentina hacia la gloria.  

El primer partido de la selección argentina fue en Foxboro, en las afueras de Boston, ante Grecia. Los argentinos presentaron un equipo con talento inigualable con José Antonio Chamot, Roberto Sensini, Oscar Ruggeri, Diego Simeone, Fernando Redondo, Abel Balbo, Claudio Caniggia, Gabriel Batistuta y por supuesto, El Diego. Golearon a los griegos con un 4 a 0 contundente, dejando a sus hinchas repletos de esperanza imaginando a sus chicos como campeones. Batigol marcó 3 goles pero el metrallazo de Maradona fue sin duda el gol más especial, marcando el regreso del dios del fútbol. Después de este partido, Juan Alberto, Brian y yo salimos a la calle con nuestro balón intentando de imitar el hermoso y lindo fútbol argentino. El siguiente partido, el director técnico se decidió por la misma alineación que logró un triunfo sufrido 2 a 1 ante Nigeria. Las Super Águilas rindieron a un nivel fenomenal, no solamente representando orgullosamente el continente africano pero clasificando a la siguiente ronda como líderes del Grupo D en frente de Bulgaria, Argentina y Grecia. Pero al concluirse este partido, quizás la tragedia más grande en el fútbol argentino se dió a conocer aniquilando el estado anímico y las esperanzas de los pamperos. Maradona tuvo que hacer maleta y despedirse del torneo al fallar una prueba de doping al tener un resultado positivo de doping de efedrina. Fue entrevistado brevemente después de esta desastrosa noticia en la cual se le dificultaba hablar – algo poco común en su vida. Jamás olvidaré aquellas palabras con las que nos dejó: “Me cortaron las piernas.” Fue como si hubiesen matado a alguien en mi familia y Juan y yo estábamos al borde de las lágrimas al ver caer nuestro gran ídolo. Poco después de este terrible incidente, hubo una declaración que Rip Fuel, un suplemento que usaba este deportista en Argentina durante su entrenamiento, no tenía el ingrediente que podría causar el dopaje pero la versión americana sí. Como se le había terminado este suplemento durante el torneo en los EE.UU., su preparador físico le dió el americano sin saber la diferencia. Esto significaba que jamás volvería a vestir los colores argentinos, una verdadera perdida para el deporte.

La Argentina se vió totalmente deslumbrada, perdiendo su elegancia y confianza en el terreno del juego. La motivación, la fe y todos los ingredientes necesarios para el triunfo parecían acompañar a Diego en su equipaje rumbo a Buenos Aires. Las estrellas cesaron de brillar y el deseo de reinvicación se esfumó tras ser eliminados por Rumanía luego de la fase de grupos. Los demás representantes de la CONMEBOL como Bolivia y Colombia (nombrada favorita por Pelé para llevarse la copa) siguieron un camino similar sin pasar la fase de grupos dejando la carga emocional de todo un continente sobre los hombros de Duga, el capitán carioca y sus compañeros. Ésta fue la primera vez en la vida, que decidí apoyar a la verde amarella. Ahora, los partidos de fútbol en el barrio lucían como héroes como Bebeto y Romário, luchando valientemente contra las fuerzas del mal como Los Países Bajos y Suecia. Nadie podía interponerse en nuestro camino hacia la gloria para llevarnos este trofeo codiciado de vuelta donde pertenecía: ¡América del Sur! Se nos estaba preparando una gran victoria, para el mundo que conocía la escasez contra la billetera ilimitada del primer mundo. Los grandes clubes europeos disponían de centros deportivos de primera clase y academias para entrenar a sus jugadores pero no tenían el talento natural de los brasileros. A lo largo de cada partido, parecía que los cariocas se divertían, sonriendo  y bailando  dominando el esférico mientras los demás equipos parecían ser espectadores sin poder gozar de la posesión. Este era el famoso jogo bonito de la época dorada de mis antepasados que jamás pude ver con mis propios ojos.

La selección nacional brasilera en el mundial 1994

El 17 de julio, 1994, la ciudad de Pasadena, California recibió el carnaval para la gran final del torneo, colocando a la Italia de Roberto Baggio – un goleador sin igual a nivel local e internacional – contra Brasil. En Ottawa, los Bickford y los Marquez unieron sus fuerzas para apoyar a los Sudamericanos. Lo único en ese ambiente que podía defender el orgullo romano en esa casa era la pizza que pedimos para comer. Sin querer ofender a nuestros hermanos de Il Bel Paese, era el día de Brasil. Fue un partido alargaseis, no por la falta de goles si no por el nerviosismo e intensidad corriendo por las venas de los jugadores que se transmitía claramente al espectador. Cada oportunidad a favor de los brasileros se enfrentaba a Gianluca Pagliuca, el arquero italiano invencible que rescataba a cada instancia el sueño romano. El encuentro se determinó en penales cuando Roberto Baggio encaró a su contraparte Taffarel y mandó el balón a la última grada como si fuera para descubrir un nuevo planeta y una marea verde y amarilla descendió a bañar el terreno para que los chicos de la samba se coronaran por cuarta vez campeones del mundo. El torneo terminó y nos metimos a la camioneta de los Marquez, paseando por las calles de Ottawa con bocina y bandera venezolana por la ventana apoyando a nuestros héroes del día. Seguramente algunas personas que veían llegar nuestro vehículo pensó que celebrábamos la liberación de nuestro país. Yo no podía estar más emocionado por semejante triunfo de mi continente demostrando su superioridad en este maravilloso deporte.

domingo, 7 de agosto de 2011

Rumbo al este… Y al más allá

Nuestra primera expedición para los cuatro Bickford fue rumbo al este hacia la costa Atlántica del Canadá en el verano de 1993. Nuestra valiente Plymouth Voyager se vió despojada de los cómodos asientos posteriores, los que permanecerían en el garaje de la casa hasta nuestro regreso. Necesitábamos todo el espacio posible para colocar el montón de maletas como si se tratara de un ejército, nevera, productos enlatados, agua y otros abastecimientos útiles para el viaje, tales como la gaseosa PC Cola. Por la mañana, mi padre corría como un comandante persiguiendo un ejército indisciplinado, buscando meternos todos a la nave que nos llevaría de vacaciones. El objetivo de partida era la ciudad de Quebec, a la que debíamos llegar cruzando la hermosa pero congestionada ciudad de Montreal en camino. No podíamos optar por un desvío alrededor de este punto en el mapa por las carreteras rurales, pues la distancia de 460 kms sería aún más larga. Mi padre ya se había aprendido cada línea del mapa de la ruta estableciendo cada punto de referencia importante marcando nuestro progreso. No debíamos atrazarnos porque la demora nos quitaría tiempo para conocer los nuevos lugares.

Cabra de guerra galesa con el Regimiento Real 22 en Quebec City

El Capitán David se encontraba nuevamente al mando de nuestra aventura, llevándonos intrépidamente hacia la ciudad de Quebec (una región de la Bella Provincia increíblemente anti-inglesa) con Brian de copiloto, una responsabilidad que aprendió durante nuestras estadías en Sudamérica. La primera parada: el Zoolóligo de Quebec City. Los jardines dentro del zoológico podían ser comparados a un cuento de Disney, lleno de flores de todo tipo y de todos colores, el pasto de un verde vivo y lo único que faltaba era que los animales empezaran a cantar y bailar. Lo más cercano a esto que logramos observar fueron los monos (sean los orangutanes, los chimpancés o monos) quienes parecen siempre ser criaturas adorables. No deseo ni abordar el tema de la evolución – aunque mi padre constantemente me decía que un orangután era idéntico a su tío George quién jamás tuve el placer de conocer – pero algo en estos changos, sus expresiones, forma de vivir, lo remonta a uno al pasado y los mejores momentos en la humanidad. Ese sentido comunitario, la simplicidad y el buffet todo incluido de piojos demuestran que quizás el hombre cromañón erró en algún paso que dió por los caminos de la vida. Podríamos aprender bastante de nuestro hermano simio, sin desentendimientos por barreras de idioma, tradiciones o culturas que entren en conflicto con su estilo de vida de saltar de una rama a otra mientras se sueltan en coro a hacer ruidos entretenidos.

Después nos acercamos al Parque de las Cataratas de Montmorency, un poco afuera de la ciudad. Nos montamos a un teleférico que nos llevó a la cima de la montaña. Los británicos construyeron fortificaciones en el punto más elevado de la loma para sitiar la ciudad francesa en batallas largas y sangrientas por 1756. Al otro día, fuimos de los primeros a ingresar a la Citadelle (las defensas francesas durante el conflicto bilateral) para ver el cambio de guardia. ¡Pero qué espectáculo! Según lo que me explicaba mi padre, lo que lográbamos distinguir ahora eran las construcciones inglesas pues los franceses disponían de un fuerte ciertamente primitivo, pero ahora este lugar servía de base para nuestras fuerzas armadas canadienses del Regimiento Real 22. Nuestros chicos estaban mayormente desplegados en operaciones de mantenimiento de la paz en Bosnia-Herzegovina. Mientras tanto, me imagino que los soldados con menos experiencia en combate desfilaban para nosotros, los turistas, con su chivo en el que tanto confiaban. Varios regimientos británicos adoptaron una raza de chivo galés como mascota y realmente, ¿quién no haría un esfuerzo sobrehumano en el campo de batalla por su país y su chivo? Esto siempre fue nuestra arma secreta, incluso en la guerra de 1812 cuando los estadounidenses querían invadir nuestro hermoso país. ¿Por qué fracasaron al intentar de anexar el territorio Británico de Norte América? Por el cariño y unión inseparable entre soldados y el aura poderosa del chivo galés. 

Al alejarnos de la joya de la Nueva Francia, veíamos el enorme Golfo del Río San Lorenzo y la región llamada Gaspésie, Quebec. Estábamos en plena naturaleza divina. Claro que no era ningún bosque encantado ni aparecían animales exóticos, pero era el lugar ideal para inmortalizar otro recuerdo estupendo. Arribamos por esta zona en la tarde cuando el sol se alistaba para despedirse hasta el día siguiente y como podrán imaginarse viendo un mapamundi, no hay mucha civilización por ahí. Alguna que otra casa, granja, hostal o motel, cada uno con algún mensaje para los viajeros por la ruta y el que nadie sabe cómo reaccionar al recibir semejante noticia: “No hay vacante.” ¡Espectacular! Ya era algo tarde para volver a Quebec o seguir hacia New Brunswick. Mi padre insistía que debíamos quedarnos la noche en algún lugar porque era obligatorio ver la roca Percé que teníamos a pocos minutos en el mar. Al pasar varias horas, por fin encontramos una opción: pagamos unos $5 para tener acceso a un terreno de camping, estacionamos la camioneta, bajamos las ventanas e intentamos de acomodarnos como fuera dentro de nuestro van. Usamos unas toallas para tapar las ventanas, dándonos la ilusión de privacidad mientras dormíamos soñando que la noche se tornara a mañana lo más pronto posible. Mi padre y yo durmimos en los asientos del frente (reclinables por lo menos), Maman el asiento del medio y Brian se pidió el piso de acero ondulado al lado de la nevera. No fue la mejor noche para ninguno de nosotros. El día siguiente al amanecer,  estábamos totalmente agotados y trasnochados al llegar al puerto, nos subimos a un barco pequeño y dimos una buena vuelta por la roca de Percé junto a un santuario gigante de pájaros en la Isla Bonaventure. Realmente vimos todo perfectamente pero nos ganaba la necesidad de llegar a New Brunswick para pasar una noche de descanso y recuperarnos.

Vista aérea de la roca Percé en la bella provincia de Quebec


La próxima parada, Bouctouche, New Brunswick también nos dejó con buenos recuerdos. Pasamos por muchas dificultades para encontrar nuestro hotel, complicado aún más por la falta de un GPS, el cual no existía todavía, entonces mi Dad paró para pedir  a un sujeto quien tenía un increíble parecido a un pirata instrucciones. Mi padre le preguntó en inglés, mientras el hombre contestó en francés entonces mi padre cambio al francés cuando por último, el señor terminó la conversación prefiriendo el inglés. Un par de minutos medio confusos. Seguimos las instrucciones del pirata y poco después, el Bouctouche Inn se encontraba frente a nosotros, revelando su secreto de haber sido un monasterio en el pasado y no había vacante. Después fuimos al Presbiterio de Bouctouche, una casa antigüa convertida en un hotel. ¡Por fin algo de suerte! Al instalarnos en nuestra habitación, me asomé por la ventana solo y me dí cuenta que el patio posterior era un cementerio.  Éste era el lugar perfecto para grabar un episodio de Los Cuentos de la Cripta. Luego, cuando ibamos en dirección hacia Saint John – un pueblo muy querido por mi padre quién pasó su adolescencia allá – y Saint Andrews By the Sea, vimos el cambio de marea en la Bahía de Fundy lo que nos dejó anonadados. Se podía ver en algunos lugares claramente el gran cambio entre marea alta y baja, un promedio de 17 metros de diferencia en los niveles del mar.  Concluimos el paseo por el Atlántico durmiendo en la planta superior de la casa de alguien (supuestamente un hotel) donde los que tenían una cierta tendencia de rodarse inquietamente en la cama al dormir, podían caerse durante la noche por la ventana y amanecer sobre el techo del coche estacionado afuera. Todos encontramos un espacio para dormir dentro de la pequeña habitación, con mi Maman y mi Dad compartiendo la cama, yo a los piés y mi hermano en la cama plegadiza más chica en la historia – juraba que era una mesa de esquina.