Un(a) niño(a) de tercera cultura (TCK / 3CK) o niño(a) trans-cultural es "una persona que, como menor de edad, pasó un período extenso viviendo entre una o mas culturas distintas a las suyas, así incorporando elementos de aquellas a su propia cultura de nacimiento, formando una tercera cultura."

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domingo, 5 de febrero de 2012

Recuerdos del año 97

Los padres y los hermanos, sin importar los detalles de la respectiva relación, son los pilares de la vida de uno, pues únicamente ellos pueden entender lo que pasó – o pasará – en nuestras vidas. Ese núcleo familiar es sumamente importante. Los que rodean ese parentesco tienen tendencia de categorizar la experiencia de expatriados como si fuesen vacaciones interminables en una playa arenosa, bajo un sol tropical protegidos por un sombrero de mariachi. No logran relacionar esa transferencia quirúrgica con volverse un blanco para grupos terroristas – como fue el caso como consecuencia de la residencia japonesa – o ataques aleatorios – cuando Mario Lambert y yo salimos de un parque recreativo en el Perú poco antes de que quedaran simples escombros como recuerdo de lo que fue – y tener que seguir con las obligaciones de la vida cotidiana. Tus padres y tus hermanos saben que estas historias no son exageraciones o algún berrinche de una persona buscando atención. Ellos fueron compañeros cuidando la retaguardia a lo largo del combate diario. De ninguna manera significa que el resto de los que se quedaron atrás no quieren entender pero tu misma mentalidad, identidad y hasta la cultura va tornándose hacia algo muy diferente al de los compatriotas y de manera positiva al sacrificar una vida de estabilidad y continuidad.


El equipo de softball de Roosevelt:
¡Apuesto a que no encuentran los cuernos del heavy metal!

En 1997, mi núcleo familiar fue tomado bajo asedio después de dejar atrás los balazos y mortajas marcando la conclusión de la crisis de los rehenes. Mi hermano mayor, Brian, debía separarse del grupo para estudiar medicina, cortanto esa agradable rutina que se creó al pasar los años. Aparentaba estar emocionado de dejar atrás el nido, cegado por la inevitable emancipación que se le acercaba. Yo compartí esa alegría que sentía, festejando al lado suyo sus grandes logros pero no podía evitar imaginar lo difícil que sería vivir en esta casa sin él. El gran concierto sepulturiano jubilaría su gran orchestra que alguna vez resonó de forma diaria por toda la casa, amplificada por parlantes caseros hecho por él junto con su mejor amigo, Paul. Los metaleros empacaron sus efectos personales para el carnaval educativo en London, Ontario. Esos días donde un partido de "21" con nuestro amigo balón de basquet ayudaba a alejar el aburrimiento sería sustituido por un solitario jugador en un mano a mano contra la cesta. Nuestro equipo de softball sufriría la partida de nuestro mejor lanzador y bateador zurdo que dejaba su contrincante más importante, la muralla verde del campo derecho. Los viajes de familia ahora se reducían a tres pasajeros. Poco sabía que esos momentos de compartir el mismo techo se habían terminado. Este cuento se acabó.

Para llevar el cuento de mal a peor, como regalo del décimo aniversario del triunfo de mi madre ante el cáncer, se nos volvió a instalar en casa después de ser diagnosticada nuevamente poco antes de la despedida de Brian. Dad y Maman nos llamaron como era la rutina dictando la seriedad del momento para conversar con nosotros y mi padre uso esa frase acuñada: “No es nada serio.” Dentro de cada escenario donde fueron usadas esas cuatro palabras en secuencia uniforme, el significado era que se trataba de algo muy serio. Mi madre me comentó años después que ese había sido el motivo de ir a visitar su madre sola durante las vacaciones de verano, pues podría haber sido su última oportunidad. Mi madre fue hospitalizada el 15 de agosto de 1997 en la Clínica Montesur en Monterrico, Lima, cumpliendo sus deberes en el quirófano y después permaneció unos 5 días bajo observación hasta que la dieron de alta. Brian se quedó algunas noches para hacer guardia durante su estadía y mis pedidos para hacer el relevo fueron negados debido a mis responsabilidades escolares. Todos recomendaron – teniendo mis mejores intereses en cuenta – que lo mejor para mi era de continuar mi rutina normal. Nunca fui partidario de que otros decidieran por mí. Lo único que maquinaba en mi cerebro era la duda si mañana seguiría teniendo una madre o perderla por el persistente cáncer que simplemente no quería dejar nuestra familia en paz. Ella era el ente que mantenía la familia en orden.

El colegio no me sirvió para distraerme. Mi madre era la profesora de francés desde hacía mucho tiempo pero ahora... está ausente. Esto era poco característico en su carrera de maestra en Roosevelt. Por supuesto que los demás profesores sabían el motivo pero los estudiantes empezaron a indagar hasta que, como muchos niños y adolescentes lo logran, consiguieron encontrar la respuesta. Poco después, me ví rodeado de compañeros y otros entregándome algo así como un sentido pésame, deseando que pronto mi vida volviera a la normalidad. Yo sinceramente hubiera preferido en ese momento que todos fingieran como si todo estaba bien y normal. Todo bien. Lo mejor para mí fue cuando alguien se acercó a decirme: “Tuve un hermano que murió de cáncer si necesitas una persona con quién desahogarte.” ¡Ufa! No fue el comentario más apropiado para esa circunstancia pero sí que sus intenciones eran nobles. Me sentí como un pasajero en el Titanic, rumbo hacia la cúspide escolar justo cuando entraba a los años más importantes del colegio – los que realmente son importantes bajo el punto de vista de las universidades. Sabía que debía luchar para mantener ese lugar codiciado y aprobar para permanecer en el programa del Bachillerato Internacional, concentrándome productivamente en lo poco que podía influenciar. Lo debía conseguir. Al llegar septiembre, Brian se había ido. No huía de la realidad. Al contrario. Debió ser muy difícil para él dar ese paso adelante en su vida sabiendo que su madre se quedaba atrás siguiendo tratamientos intensivos de radioterapia. Ellos siempre fueron muy unidos.

Maman (en rojo) junto con los profesores del colegio


Todos pasamos por momentos difíciles en la vida y muchas veces no consideramos la suerte que tenemos ante los demás. Muchos entre nosotros somos culpables de sentir que las cartas en la mesa no son las que queríamos, recrimanos a Dios, la vida o cualquier otro elemento que nos desfavorece. Fui ciertamente algo culpable de unirme a esa escuela ideológica a mi temprana edad al toparme con esta crisis, sometiéndome en el olvido dentro del espacio karmático. Un personaje externo podría decir con una frialdad calculada a una persona pasando por algo similar, “¡Olvídate de eso!” o “¡Así es la vida!” – normalmente lo último que queremos escuchar en estas instancias – que puede ser la mejor cura para ese bajón. Cada uno tenemos nuestros propios mecanismos de supervivencia. En la hora de la verdad cuando me encontraba ante lo que parecía el fin del mundo, me dí cuenta que cualquiera – tanto yo como ustedes – puede contar con la bondad del ser humano. Extraños se vuelven amigos, amigos se vuelven hermanos y relaciones que parecían perdidas se pueden rescatar. Le toca a cada uno lidiar con ese dolor, el vacío pesado, pero uno se merece seguir viviendo el después. Mañana podrás perder un ser querido pero debe seguir la función – siempre inmortalizando dentro del corazón y los recuerdos los que ya se fueron. Mi madre luchó y ganó nuevamente, algo que se logró con el cariño y apoyo de los amigos, sus hermanos y la familia que se unió a nuestro núcleo. Ninguno de ustedes jamás ha sido olvidado en nuestra casa por su gran gesto de hermandad en la hora de la verdad. Siempre dicen que uno descubre sus verdaderos amigos en los momentos duros.

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