Un(a) niño(a) de tercera cultura (TCK / 3CK) o niño(a) trans-cultural es "una persona que, como menor de edad, pasó un período extenso viviendo entre una o mas culturas distintas a las suyas, así incorporando elementos de aquellas a su propia cultura de nacimiento, formando una tercera cultura."

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domingo, 20 de mayo de 2012

Sé Quién Soy... ¿Será?


En algún momento de nuestras vidas, todos nos encontramos en nuestro camino frente a la interrogante más determinante: ¿Quién soy? ¿Por qué me está sucediendo esto? Buscamos como punto de referencia dentro de nuestro almanaque interno nuestros héroes en la juventud, tales como Ricardo Arjona, Cantinflas, el que vende choripanes en la esquina, algún personaje antagonista o algún miembro de la familia para definirnos. Todos competimos para alcanzar la misma meta: ser lo mejor de lo mejor y estos ídolos son el sinónimo del éxito para darle forma a nuestra identidad personal. Esta manera de auto-percepción es clave en nuestra vida y sin tener ni la menor idea de lo que vemos en el espejo, somos tan sólo un hamster sobre nuestra rueda. Cada una de estas grandes figuras de referencia poseen un cierto código de comportamiento entrañado en su origen etno-cultural, nacionalidad, religión y los varios desafíos enfrentados. Muchas veces estos factores ayudan en determinar quienes realmente admiramos y sentimos esa profunda conexión. Somos una de las pocas especies que transitan la madre tierra desesperadamente buscando explicaciones. Creo que nunca encontramos una respuesta que estamos dispuestos a aceptar. Lo más cerca que uno puede llegar a esa verdad es la respuesta con la que nos sentimos más cómodos.

El mejor vendedor de choripanes en Plaza Francia, Buenos Aires

La importancia que juega la adolescencia en desarrollar una identidad no es nada que se debe ignorar. Es como el cimiento de una gran construcción. Muchas veces se escucha la etiqueta de “rebelde sin causa” pero siempre existe un buen motivo detrás del telón explicando la revolución. Algo no le sienta bien a esta persona y no puede identificar el por qué.  Sinceramente creo que nadie se comporta simplemente de manera poco ortodoxa sin motivo alguno. Si a uno le hace falta ser el centro de atención, no descansará hasta que todos lo conozcan. El mejor ejemplo es la gente famosa. Ellos prefieren que la gente hable mal de ellos y no que no se hable absolutamente nada de ellos. Si esto importa o no depende de usted mismo. Algunos preferimos una existencia más privada. Yo siempre opté por formar grupos de amigos cercanos que uno puede contar con los dedos de la mano (aunque a veces esto puede extenderse a las dos manos y los dedos del pié) aunque otros prefieren darse a conocer por todos los que caminan en el planeta tierra. El problema con el segundo ejemplo de ser el centro de la popularidad es que uno termina teniendo varios conocidos y pocos buenos amigos. Los amigos de verdad están al lado de uno en las buenas y en las malas, y esos son muy pocos. Quizás me equivoco – una probabilidad que me atemoriza – pero el tiempo mismo ha comprobado que pocos amigos realmente son amigos de verdad, con los que uno puede contar para todo. Me han visto usar ya varias veces la expresión, “los amigos son la familia que uno puede escoger. ”¡Qué suerte la mía que la familia en la que nací también salió siendo ejemplar! ¡Gracias totales!

Durante mis aventuras en el extranjero, mis padres nos entusiasmaron tanto a mi hermano como a mí de fomentar un sentimiento canadiense. Algún día terminaría el cronómetro indicando el regreso a la base. Debíamos saber más que simplemente lo que significaba la bandera. En la actualidad, esto se puede hacer mucho más fácilmente que en aquellos tiempos por el acceso facil al Internet y los planes baratos de llamadas de larga distancia. Ahora puede uno vivir en un país extranjero sin tener que adaptarse, viendo televisión del país de uno por Internet y perder el día entero hablando con gente por Skype. Esto puede ser muy contraproducente. Entre más pronto uno se hace a la realidad, uno puede adaptarse y disfrutar la nueva experiencia. Hoy es el presente. Puede resultar una enorme tortura ceder a las tentaciones que le hagan recordar el dulce ayer, pensando en todo lo que uno tenía en su país de origen pues al pasar el tiempo, uno se vuelve ni de acá ni de allá. Sé a qué me refiero. El mundo está en nuestras manos pero debemos usar la tecnología a nuestro favor. Estoy convencido de que los esfuerzos de mis padres de convertirnos a mi hermano y a mi en canadienses ejemplares no fue nunca en vano. Mi padre siempre nos traía artículos de diarios con las noticias más importantes del día como "el apretón de manos" de Jean Chrétien – un antiguo primer ministro que ahorcó (por decirlo así) temporalmente a un reportero para sacárselo del camino (la política clásica canadiense) – el cierre del día de la bolsa de Toronto y los resultados de la liga nacional de hockey sobre hielo. Estábamos enterados de absolutamente todo – o más bien, como un pedazo de carne termino medio – de todo lo que sucedía en nuestro polo norte. También estábamos siempre enterados de los hechos en los países donde vivíamos, sin importar que nuestra estadía era sólo por un tiempo.

Cuando volví a mi querido Canadá después de haber pasado 12 de mis 18 años de vida  fuera en América del Sur, igual no tenía duda alguna de dónde venía: esta era mi patria por la que daría lo que fuera, en Girón y en cualquier parte. No obstante, no lograba realmente encontrar un punto de enganche para establecer amistades duraderas con gente de mi edad la cual se crió bajo la hoja de arce. Los canadienses suelen viajar fuera del país, pero es muy distinto vivir en el extranjero que salir a pasar una semana en un hotel todo incluido. Cuando uno está de vacaciones, todo le parece genial y encantador porque realmente no hay ninguna obligación de hacer nada. Brian y yo llamábamos a esta gente veraneando como “La Mentalidad Club Med.” Son como los que visitan Roma un día y vuelven el siguente, con la cabeza en alto y una cara de estreñimiento, pretendiendo conocer la realidad de la vida de todo el continente europeo. Yo no me atrevería a decir que esta falta de conexión se debía a la arrogancia de los estudiantes en la Universidad de Ottawa si no por lo contrario. Era inevitable que después de tanta ausencia, me había vuelto una especie de latino-franco-canadiense: me gustaba la fiesta bulliciosa salsera pero de manera puntual y organizada. Como un caos contenido. Era el tipo de canadiense que en vez de soltar alguna vulgaridad más subida de tono que un “darn!”, zafaba un “¡rayos!” o un “zut alors!” Cuando mis compatriotas estaban perdidos en la euforia de la post temporada de hockey, yo rezaba para que la señal del satélite se desviara y la programación cambiara a la cobertura de la Copa Libertadores o la Champions League. Era duro encontrar un punto en común con mi gente. Al embarcar en la euforia embriagadora de la primera semana de universidad llamada Frosh Week, mis colegas festejaban su emancipación – ya no están papá y mamá para restringir cada libertad y acción – pero yo buscaba más bien forjar relaciones fructíferas con ellos. En América Latina, la vida nocturna se vive a temprana edad, cuando uno ya puede ver por arriba del mostrador en un bar – y quizás ayude tener dos o tres pelos de barba y bigote – lo que quiere decir que esta experiencia fue más emocionante para ellos que para mí.

Un joven después de su primer año de universidad


Los padres de familia extremadamente patrióticos, pueden canalizar todas sus energías hacia sus hijos, pero es inevitable que se diluya algo con la cultura de la región – una de las grandes ventajas para los TCK (niños de tercera cultural). Ustedes podrán decidir si esto es negativo o bien aceptarlo de brazos abiertos. Yo considero esto como una bendición. También les aseguro que sus hijos pasarán por una crisis de identidad, muy posiblemente al volver a lo que los padres consideran casa. La idea que los chicos tenían de casa cambió con esta experiencia y ya no es lo mismo que para los padres. Yo recuerdo al estar de vuelta, si escuchaba alguna canción como “suavemente, bésame... yo quiero sentir tus labios besándome otra vez” (suena mucho mejor la versión musical cantada por Elvis Crespo que la mía escrita) y sentía un cierto consuelo acompañado a la vez de cierta nostalgia, la de una vida pasada. No hay mucha salsa en el Canadá más allá de la que se usa para acompañar unas papas estilo Doritos. Esas melodías repetitivas y tediosas hacen parte de un repertorio familiar que viene transformando una cosa aborrecible a algo reconfortante. Aquí podemos nuevamente ser testigos del poder triunfante de lo conocido contra las fuerzas tenebrosas de lo desconocido. Puede ser cuestión de años el sobrepasar la crisis de identidad y en algunas casos, hasta insuperable. Una pregunta simple tal como “¿De dónde es usted?” se vuelve una de las respuestas más complicadas para una persona transcultural. Las respuestas pueden relacionarse con el lugar donde nació uno, la cultura predominante que lo rodeaba o hasta un lugar que uno no conoce pero siente una fuerte afinidad. Ninguna respuesta es realmente descartable. Generalmente, lo principal es sentirse cómodo y puede ser adecuado, así que si uno nació en Zimbabwe de padres Australianos, creció en la India y se siente Ruso en lo más profundo de su corazón... lo recibo con un abrazo grande mi querido amigo ruso, ¡Ciudadano del mundo!

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