Un(a) niño(a) de tercera cultura (TCK / 3CK) o niño(a) trans-cultural es "una persona que, como menor de edad, pasó un período extenso viviendo entre una o mas culturas distintas a las suyas, así incorporando elementos de aquellas a su propia cultura de nacimiento, formando una tercera cultura."

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domingo, 24 de junio de 2012

El Trabajo Comunitario Casero


Lo que define a una persona es su trabajo. Cuando dos desconocidos se encuentran, lo primero que se preguntan el uno al otro es: “¿Y usted a qué se dedica?” – o algún  comentario por el estilo. La respuesta que busca el entrevistador tiene muy poco que ver con bailar salsa, jugar futbol el fin de semana o practicar ortodoncia de manera amateur en la cochera. La pregunta tiene todo que ver con el aspecto profesional, lo que puede complicar a la persona que ha firmado acuerdos de confidencialidad con sus clientes o un empleado del servicio secreto – te podría decir pero después tendré qué... neutralizarte. Después de descubrir ese hecho tan importante, el siguiente juego entra en marcha correlacionado a las economías individuales: ¿Será que esta persona gana más que yo? ¿Debería verme la gente en compañía de este otro ser? El antiguo dicho del “¡Dime con quién andas y te diré quién eres!” entra al campo para unirse al partido. El balance entre el trabajo y el tiempo de descanso ha cambiado, dejando los pasatiempos totalmente de lado, sin importar que cuando llegue el día de despedirnos de nuestra vida en la tierra, nada de lo material nos seguirá. Bueno, por lo menos así dicen – a mí, que me entierren con mi auto y mis joyas.



La verdad es que la sociedad moderna por todo el planeta da mucha importancia a las divisiones sociales – como le gusta al ser humano dividir, ¿verdad? – cosa que nunca veremos todos juntos en la sala de la casa. No existen muchas amistades hechas desde la infancia que rompen estas barreras económicas. Quizás si los ponemos todos juntos dentro de la misma habitación, observaríamos cómo el más cómodo se queda alerta pensando... “¿A qué hora me van a robar estas chusmas?” El más humilde pensará: “Me pregunto si los demás pensaran que soy un gorrón.” Hacemos colectivamente el mejor trabajo para reenforzar estas diferencias, más de lo que pensamos. En muchos países es común ver a una familia con un buena billetera, todos juntos cenando en torno a la mesa del comedor y escuchar a la hora de bendecir la comida que están listos para decir algo como esto: “Dios, por favor dale a los que no tienen que comer.” Creo que nuestro Creador – o la fuerza superior y todopoderosa con la que se identifiquen mejor – tiene ya muchos líos que desenredar pero creo que nosotros podríamos hacer un esfuerzo para ayudar al ser humano.

Cuando estuve en el colegio Roosevelt, me uní en algunas ocasiones – no tanto como  hubiese querido – al trabajo comunitario, una experiencia que trae mucho valor a la vida de los jóvenes. Nunca es demasiado temprano para aprender a dar. Muy rápidamente nos damos cuenta de lo afortunados que somos. Si por algún motivo no tenemos ropa vieja, nos fue mal con el cheque de fin de mes, o cualquier excusa que uno tenga para no contribuir materialmente, siempre podemos brindar apoyo usando nuestras manos. A veces, tan sólo estar presente en la vida de otro puede ser un milagro para él o la que lo necesite en ese momento. Hoy en día hay una plétora de organizaciones en nuestros barrios y más allá, que se dedican a fomentar comunidades dando apoyo de todo tipo. Si por algún motivo uno no puede encontrar algo, seguramente es que no ha buscado lo suficiente. Hasta en ese caso, siempre se puede empezar un proyecto para el bien social. Afuera de mi supermercado, se nota a menudo como los empleados botan los productos que ya no se consideran “frescos” pero realmente se podrían aún aprovechar. En vez de compartir esta comida con organizaciones que podrían beneficiarse para sus obras, camiones llevan este cargamento al basurero más lejano de la ciudad. Supongo que para hacer un buen negocio, es mejor deshacerse de algo echándolo al olvido que darlo al que realmente lo necesita. Cuando caí en cuenta de esto, me pareció alarmante, sobre todo cuando los bancos de comida para los pobres en la ciudad de Toronto están teniendo problemas de abastecimiento.

Al pasar de los años en el camino de la vida, nos volvemos más conservadores. En ese momento, estamos convencidos de la mala idea que es ayudar a los pobres porque se deben de ayudar ellos mismos. Todo lo que hemos logrado hasta la fecha fue con sangre, sudor y furia individual. “¡Nadie me ayudó!, proclama esa gente desde lo más alto del ego. No podemos caer en la tentación de la perspectiva limitada. Muchos comparten la idea piensan que al ayudar al prójimo, éste se sentará a aprovechar todos sus bienes que no le costaron nada para conseguirlos y  se echaraá a dormir en los laureles. Aunque en algunos casos esto puede ser verídico, no nos toca a nosotros decidir por los demás. Puede ser que algunos se conformen con una vida básica o perdieron ese fuego que alimenta la pasión, pero no todos sufren de flojera. Si le damos la oportunidad a alguien de mejorarse, volver a creer en sí mismo, puede ser un renacimiento muy provechoso para todos. No podemos pretender conocer la historia de otros y desconocer las probables desgracias que hayan pasado que no les facilita salir del abismo donde se encuentran. Siento mucho mencionar esto de nuevo, pero el mejor ejemplo es la madre Europa y el Euro. Todos debemos sufrir juntos para sacarlos de su juvenil irresponsabilidad que nos consume. De alguna manera hemos pasado por momentos similares en nuestras vidas, entonces no es difícil ponerse los zapatos, abrir la puerta hacia el mundo real y salir para ver cómo mejoramos nuestra comunidad.

Unos monos futbolistas para alivianar un poco el tema de este domingo

En el mundo industrializado, nos vienen a tocar la puerta para pedir ayuda a los niños de Kenya, donaciones para las víctimas de las inundaciones en Sri Lanka o comprar algún simio feroz de la jungla peruana en peligro de extinción. Muchas de estas agencias usan esos fondos para pagarles a sus empleados para que viajen a tierras lejanas y saquen fotos para el nuevo catálogo. ¿Cuánto realmente le dan a Pablo, ese pobre niño con los ojos llorosos y a su familia? Nunca pensamos en los problemas que tenemos a nuestro alrededor. Existen niños en nuestras comunidades que van al colegio diariamente sin medio frijol en el estómago. Tenemos alguno que otro vecino que perdió su trabajo y ahora se le considera inútil en nuestro mercado laboral por lo tanto hacemos todo lo posible para evitarlo. Hay gente que vive en la calle que pasamos sea caminando o en auto, mientras fingimos que buscamos las llaves de la casa, escuchando al mismo tiempo música con nuestro iPod nuevo. Siempre argumento que debemos hacernos cargo de tener la casa en orden antes de salir a arreglar los problemas de los demás. ¿Cómo podemos ser un ejemplo de una sociedad perfecta cuando mamá y papá se sacan los ojos por cualquier motivo, o se le olvidó a Juan sacar la basura? Todos podemos hacer una gran diferencia uno por uno.

domingo, 17 de junio de 2012

La Ciudad de México – Una Ciudad Mundial


Una discusión que se sigue prolongando por más de varios siglos es la de dos bandos totalmente opuestos, defendiendo lo que sienten es superior: la cantidad o la calidad. Algunos viven con el dicho de entre más somos, mejor, mientras que otros están convencidos que las cosas buenas se dan en pequeñas cantidades– piensen en las porciones de un restaurante gourmet. Cuando se trata de la Ciudad de México, pareciera que ambos mundos caminan con una cierta armonía desfilando orgullosamente desde el Paseo de la Reforma hacia el resto de la ciudad. Realmente estoy anonadado con lo bien que se mueven las cosas en una ciudad colosal en cuanto a su población y superficie comparadola a Toronto que no cuenta ni con una cuarta parte del tamaño. Claro que también existen sectores peligrosos en las profundidades metropolitanas como en cualquier otra ciudad, pero los barrios – o como dicen allá, ‘colonias’ – elegantes intimidan desde la quinceañera de Rosedale hasta la lujosa señora de Fifth Avenue. El paraíso del shopping para los que dispongan de un presupuesto. Yo tuve el inmenso placer de visitar y conocer muchas de estas partes de la ciudad al trabajar para la Embajada del Canadá a lo largo de dos veranos durante mi época de estudiante.

Mis amigos del trabajo en México

Cuando se trata de comer en esta ciudad, es el refugio para el verdadero glotón. Los lugareños mantienen sus tradiciones culinarias y el placer por la cocina, siendo siempre importante la hora de las comidas con amigos y familia como tiempo sagrado para compartir. Todos son bienvenidos a la mesa, hasta el amigo del amigo, de ese otro amigo, quien una vez fue amigo de una persona que nadie conoce. En cuanto a recomendar algún lugar para comer, tal como me indicó un mexicano alto y corpulento en un acento muy típico capitalino: “¡Jamás le preguntes a un flaco dónde se come bien, amigo!” Qué palabras tan sabias provenientes de un estómago veterano. En el tiempo que pase en Polanco, un barrio compartiendo un parecido a una urbanización europea bastante elegante, fui invitado a comer en varios y difirentes restaurantes  para almuerzos y cenas de trabajo. Desde tacos hasta carnes, de sushi a chistorra, parecen tener todo para acomodar cualquier paladar y lo mejor, es que todo se prepara en la cocina del local – al contrario de nuestros países donde todo parece ser un recalentado de alguna bodega gigante como Costco o Sam’s Club. Es obvio el pretexto para la pancita del mexicano. Comer es realmente un placer y una ocasión especial en los círculos sociales. Nadie come solo. Me quedé totalmente asombrado que al volver a Ottawa, de alguna manera estaba menos gordo que cuando me fui. Seguramente los ingredientes en la cocina mexicana están cargados de magia chilanga – bueno, quizás sea algo exagerado, pero la comida si que era extraordinaria.

Esta ciudad también es increíble para los interesados en la historia, sobre todo la precolombina. Hay museos de tremenda categoría y pirámides que aún siguen preservando el recuerdo del ayer, comprobando al turista que los aztecas realmente fueron genios en la ingeniería y construcción. Entre las ruinas más espectaculares son las de Teotihuacán, algo retiradas de la ciudad misma. Claro que deberán enfrentarse a los desafíos diarios del DF cómo su terrible tráfico – que empeora en tiempo de manifestaciones, partidos de fútbol, o cualquier otro motivo de agrupaciones populares las cuales se están volviendo más frecuentes que nunca – significando que se deben planear muy bien las salidas. Recuerdo haber pasado siete horas en un embotellamiento debido a un partido de la Copa Libertadores entre el Cruz Azul y Rosario Central. Jamás olvidaré ese día infame, no porque hayan perdido los argentinos – ví los resultados en Fox Sports Noticias – pero por el tiempo perdido que nunca podré recuperar. Por otro lado, cuando menos logré ver a Jesús Silva-Herzog, un candidato para alcalde, tomando la siesta de su vida al lado de su chofer. ¡Fue tremendo! Podía prácticamente escucharlo roncar al ritmo del motor persistente de su vehículo mientras una mosca se paseaba dentro y fuera de su boca al ritmo de su respiración. El lema de su campaña era “¡Hay que poner oooorden en esta ciudad!”. Si hubiera logrado ser alcalde de la ciudad, hubiera totalmente perdido sus momentos especiales para la siesta para poder establecer ese bendito orden. Bueno, como les digo, hay que planear las salidas de acuerdo al tráfico.

Mis responsabilidades en la embajada fueron de ir a varias universidades mexicanas para brindar apoyo al personal de más antigüedad durante presentaciones y conferencias académicas. Me senté en clases de estudios canadienses dentro de edificios icónicos de la UNAM, una de las primeras universidades en el Mundo Nuevo. ¿Quién hubiera imaginado en aquella época que varios jóvenes intelectuales mexicanos estarían aprendiendo temas relacionados a mi país de origen? Me entendí muy rápidamente con los académicos, el personal y los estudiantes, intercambiando opiniones acerca del TLCAN y el probable futuro de las relaciones bilaterales entre nuestros países. Ellos tenían un gran interés por nuestra legislación transparente y progresista en el Canadá, esperando algún día implementar estas ideas contribuyendo a la democratización de su bienamado país que había estado controlado por un único partido a lo largo de 70 años. Era interesante darme cuenta que para estos sabios estudiantes – eran de mi misma edad pero la mayoría de los canadienses que conocía sabían mucho menos de México que en el caso opuesto – no éramos todos una manga de gringos viviendo en la misma canasta al norte del Río Grande. Ellos consideraban ese primo lejano amante del hockey sobre hielo como un socio viable y un  potencial alidado en la mesa de negociaciones contra nuestro vecino común que nos hacía una vida terriblemente agradable. En realidad, no creo que toma mucho tiempo para que un canadiense y un mexicano encuentren algo en común que no les agrade en cuanto a la política externa de los EE.UU.. Lo siento Tío Sam pero tornas ese trabajo demasiado fácil para el resto del mundo. Esperamos que pronto cambies ese comportamiento poco comunitario.

En el Palacio Nacional con mi amigo Alejandro

Si hay tan sólo un lugar que debo recomendar para visitar, ese lugar que NO deben perderse, es el Zócalo – la plaza de armas en el centro. Desde el corazón de la ciudad, usted se perderá en el esplendor de los edificios coloniales y la preciosa arquitectura y caerán en cuenta de mis comentarios en entradas pasadas donde me refería a la manera en que los españoles crearon sus asentamientos con una mentalidad militar. El Palacio Nacional es seguramente una de las construcciones coloniales más impresionantes y existe una increíble historia detrás de su creación. Aparentemente, los españoles confundieron los diseños de la cárcel de Lima con el Palacio Nacional de México, lo cual uno notará al ver unas curiosas oficinas bastante pequeñas, pareciendo celdas. Al pasear por el palacio, se podrán ver murales pintados por grandes artistas mexicanos, tales como el internacionalmente conocido, Diego Rivera. Justo al lado de este edificio, se encuentra la Catedral de México y algunas ruinas de la Gran Tenotchtitlán, la capital del imperio azteca. Sin lugar a duda, en esta ciudad vive el recuerdo de un pueblo antiguo en armonía con la modernidad.

domingo, 10 de junio de 2012

El Poder Del Uno Más Uno

¿Será algo intrínseco en el código genético del ser humano, el estar obstinado en lo que es mejor para uno mismo? Cuando nos topamos con algún momento difícil, siempre tenemos esa predisposición de culpar a toda persona y circunstancia por ese percance por el que estamos pasando. Muchas veces suele ser complicado ante el gran ego que tenemos aceptar responsabilidad por la tragedia que causamos, la cual se estrelló haciendo reventar nuestro palacio de cristal oculatando la vida perfecta. Nadie puede culparme viendo que soy perfecto, así que seguramente son los demás los que están totalmente equivocados. Se vuelve terriblemente complicado quitarse ese sentimiento – que ni tu ni nadie, nadie, puede cambiarme – y luego volver al ritmo normal después de la tormenta arrazadora. Por qué será tan duro para muchos decir, “Lo siento mucho” para reconstruir. Perdonar es divino, claro que lo es, pero esa última frase viene de un planeta desconocido que solamente un superhumano puede pronunciar coherentemente. Supongo que si esto no fuera el caso, resultarían innecesarios los psicólogos y analistas del mundo entero.

¿Quién tendrá la mejor mano?

Mis domingos normalmente sirven para dar inicio a una nueva semana – o el final dependiendo de la preferencia de usted, mi querido lector – con la misa dominical. Siempre siente uno algo positivo después de alimentar el alma con algo de contemplación, espiritualidad y un tiempo de silencio para reflexionar, huyendo de lo que aconteció durante la frenética semana que compartimos con el resto de la humanidad. Alguna gente se pierde dentro de las malas vibras, contagiando sus alrededores con ese vudú que exhalan por cada poro. La semana pasada, el sermón del sacerdote de mi parroquia pareció compartir el mismo tono que lo que venía rebotando en mi ser. ¿Podría ser que se ha metido a leer mi blog? No descarten esa probabilidad. Dentro de su monólogo, buscaba entusiasmar a su congregación en la busqueda del más allá del “YO” y conciliarnos con esa filosofía del cristianismo de la comunidad y la cooperación. Cuantas veces en serio nos decimos, “¡Ufa! Ahora sí eché todo a perder.” Lo que compartió esa mañana resonó altamente dentro de mi consciencia y fue algo como sigue: “Siempre pensamos que somos tan independientes de los demás pero nunca tomamos en consideración las muchas interdependencias que tenemos.” Esta frase que llevaré conmigo toda la vida, pienso compartir con futuras generaciones tal como la mentalidad de la Cadena de Favores.

Esa hambre por el materialismo y tener más que nuestro prójimo domina desde que aprendemos a caminar y hablar. ¿Recuerdan el chico en el recreo con esa colección bárbara de canicas o la chica que parecía tener todas las Barbies del mundo entero? La meta siempre fue de tener más. La igualdad no deja un buen sabor y por eso ese comunismo nunca logró alcanzar la cúspide. Cuantos de nosotros tenemos ese amigo, vecino, conocido o hasta la misma persona que nos desafía de reojo por el espejo – y sí, ese rufián también nos ha hecho caer en la tentación más de una vez – queriendo siempre  más y más.

Tomemos estos ejemplos en consideración:

a)         Me gustaría tener un mejor auto que [poner en este espacio el nombre del rival]
b)         Mi amigo tiene un televisor más grande que el mío
c)         El marido de mi amiga es mejor que tú, o
d)         Todo lo anterior.

Los estudiantes universitarios en economía aprenden la importancia del libre mercado y lo positivo de un ambiente de competencia. ¡Díganle esto a los de la Eurozona! Hasta en el Canadá donde vivimos presos en un mundo de monopolios, nos enseñan lo mismo desde el primer curso. La campaña de RR.PP. para el “YO” va a toda velocidad, entrenando las mentes jóvenes a creer que todos serán los reyes de Bay Street (el Wall Street canadiense) y ganarán esa enorme fortuna.

La verdad es clara: las interdependencias son todo. Tomemos por ejemplo el Jefe Oficial Ejecutivo de HSBC. ¿Piensan que tendría aún un empleo sin el dispensable representante de servicio al cliente en el centro de llamadas? Y bueno, ¿Miguel Ángel hubiera podido llevar a cabo su obra de arte en la Capilla Sistina sin obreros para construirla? Cuando decidimos lanzarnos al siguiente nivel en una relación romántica, dos personas entran en contrato el uno con el otro frente al altar para formar una vida juntos. El día que me casé, el cura no anunció el inicio de una ronda de negociación llevando a una conclusión repartiendo deberes un 60-40 o 30-70 si no de hacer una vida juntos, en las buenas y en las malas. Pero hasta lo sagrado del matrimonio parece haber caído en cuenta, afectado por la enfermedad de la individualidad. El esposo tiene un ingreso envidiable mientras que la esposa tiene que pagar sus deudas trabajando en una oficina que comparte un futuro en un callejón sin salida. ¿Pero no se habían puesto de acuerdo para formar una vida juntos? Plop, plop y mil veces plop. Puede ser eso lo que explique el tener cada uno cuentas individuales en el banco, entrando en una competencia. Si a uno de ellos le va mal, ¿los televidentes votan para que salga de la isla? Parece que la gente necesita  convencerse de que la cooperación puede llevar a mejores cosas. Cuando uno de ellos está hundiédose por la situación en forma general, no tiene ningún sentido echarle  tierra para que esté peor. La otra persona (o las demás personas) pueden ayudar a esta persona para darle el ánimo para dar una oportunidad a su vida por una segunda vez. La Roma antigua no fue creada en un día por un acto divino del que manda allá arriba (favor mirar en dirección del cielo). Tomó tiempo, esfuerzo y bastante cooperación – no cuenten los esclavos con esta formula porque eso si nulifica algo de mi argumento.

Nadie pudo contestarme cuantos días tomó construir Roma... sólo me dieron un gelato


Lo que quiero decir con todas estas palabras que comparto el día de hoy, es que muchas veces nos olvidamos del por qué estamos aquí y de los que nos ayudaron a llegar donde estamos. No fue cuestión de suerte o circunstancia, pero nuestra mitad más uno. Perdonen a esos que quieren y sobre todo que piden perdón también. Todos somos capaces de grandes obras bajo el espíritu de la cooperación y crear un mundo mejor. Es mil veces mejor admitir ese error cometido que permitir que todo el pueblo pegue fuego para luego decir, “No pasa nada” sólo para rescatar un orgullo inútil. Todos tenemos interdependencias, seamos líderes, seguidores, esposas, maridos, gerentes de proyectos, profetas, hermanos o hermanas, y debemos agradecer el compartir nuestras vidas. Sólo se vive una vez y ninguno tenemos la última palabra de cuándo nos iremos, entonces lo mínimo que podemos hacer es llevarnos bien con todo el mundo. Algunos problemas no se pueden evitar, pero otros sí, y no podemos dejar que destruyan la vida de los demás. ¡Aurrerá, nire jarrailek! 

domingo, 3 de junio de 2012

Quebec, La Bella Provincia


Hace unos cuantos meses después de mi entradade fin de año, uno de mis queridos lectores me mandó un mensaje preguntándome mis opiniones sobre el Quebec – nuestra provincia mayormente francoparlante. Esta persona me mencionó que sería interesante entender mi perspectiva general relacionada con esta región y su lucha para preservar su identidad única, mientras el resto del país – lo que comúnmente llaman el “Canadá inglés” – sigue apoyando las muchas variaciones de la política del multiculturalismo. Es claramente un desafío para mí intentar compartir mis opiniones dentro del formato de cinco párrafos, pero lo haré lo mejor posible para subrayar aunque sea, lo más importante. Siento el haber tardado también para tratar este tema con más seriedad hasta este momento, pero es con gusto que les comparto lo siguiente sobre La Belle Province.

Vista del Marché Bonsecours, Montreal, Quebec

Siento una gran admiración por el Quebec y su grandioso pueblo después de pasar mi historia más reciente como un vecino en el sur de Ottawa, tan sólo a unos 30 kms de la frontera con Gatineau. Durante los últimos 12 años, he tenido varias oportunidades para visitar diferentes ciudades y pueblos para disfrutar de los maravillosos paisajes, descubrir los tesoros de una tierra imponente y conocer la gente que la habita. Los québécois son personas orgullosas y lo digo con una connotación positiva. Su territorio forma parte de ellos, corriendo por sus venas patrióticas, lo cual puede explicar el cuidado que tienen por cada centímetro de sus pueblos como si todos fueran patrimonios de la humanidad de la UNESCO. Esta gente puede ser de los pocos habitantes del continente que está realmente conectada a la pachamama (divinidad de origen inca que se identifica "madre tierra") – la madre tierra que tenemos bajo nuestros piés. Son anfitriones sin igual – en mis experiencias como visitante, jamás me han tratado mal, quizás por ser francófono – y después de pasar tiempo en cualquier lugar de esa preciosa provincia, siempre vuelvo como si hubiese dejado mi propio hogar y mi gente llena de pasión.

Montreal fue una vez el centro de la economía canadiense, y sigue siendo una de las urbes más vibrantes. Visitantes vienen de todos y cada uno de los rincones del planeta a conocer el casco viejo, el parque Mont Royal y hasta el casino. Yo suelo llamar esta ciudad El París de América del Norte" – seguramente no fui yo quien inventó este apodo, pero creo que el adjetivo complementa perfectamente esta ciudad. Al pasear por la Avenida Ste. Catherine, uno se siente como parte de un jurado de un desfile de modas privado al ver la gente vistiendo ropa de diseñadores que están de moda. No necesita uno romper la alcancía para vestirse bien, aunque algunos parecen gastar hasta el último centavo para deslumbrar. Joven o viejo, todos parecen darle una gran importancia a su apariencia física, vistiendo lo mejor posible para dar una imagen insuperable. Si uno tiene algo de hambre, existe un mundo casi infinito de restaurantes gourmet sirviendo platillos desde los más simples hasta los más exóticos para todo tipo de presupuesto y de paladar. Después, tome un taxi barato – comparado a las demás metrópolis en el continente – para llegar al próximo lugar en su itinerario. La vida nocturna nunca termina y sobrepasa la de cualquier otra ciudad en el país  la que seguramente irá dejando buenos amigos atrás. Como lo dijo Samuel de Champlain: “Hay que trabajar duro para que la fiesta sea mejor.”

Si en algún momento se cansa del ajetreo de la vida urbana de Montreal o simplemente prefiere compartir la tranquilidad con la Madre Naturaleza, hay varios lugares esperándolo por doquier en toda la provincia. El alojamiento está diseñado por un buen gusto innovador y sofisticado del Quebequense. Tienen la destreza perfecta para combinar el confort con el presupuesto, algo que el Torontoniano viajando a los lagos de Muskoka desconoce. Esto es lamentable pues también tenemos unos paisajes increíbles en Ontario, pero ningún lugar de donde disfrutarlos. Cuando se trata de pagar por una noche de hotel, nunca debería de asociarse con la cantidad de lo que uno paga – como suele ser la regla en Ontario – si no con la calidad – como lo he podido disfrutar en mis viajes por todo Quebec. Nuevamente, se nota ese orgullo en hacer las cosas y cuidar el patrimonio, como por ejemplo al visitar el pueblo de Mont Tremblant, que parece algo dibujado para una película animada de Disney. Siempre se queda uno con ganas de volver.

Paseando en trineo de perros por Montebello, Quebec

Quebec ha logrado mantener esa distinción que la define como una sociedad distinta y única dentro del Canadá. Tradicionalmente, su gobierno ha adoptado políticas conservadoras en cuanto a la evolución de su cultura nacional, optando protegerse ante el tsunami anglófono que la rodea. El resto del Canadá ha optado por la banda contraria, siendo a veces demasiado liberal, con muchas antiguas y preciadas tradiciones dejadas a un lado – ese lado más allá de lo evidente – para recibir grupos minoritarios llegados de otros países o gente nacida en el mismo país que no sabe ni quiere saber su propia historia. Yo prefiero un ‘termino medio’ en el que los inmigrantes puedan mantener sus costumbres respectivas, pero aprendiendo y practicando también las del país en el que viven. Debemos respetar las tradiciones de nuestros antepasados, celebrar la diversidad cultural en la que vivimos junto con nuestras raíces para crear un futuro prometedor para las generaciones del mañana.